El Decimotercer Caballero

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El miedo estaba impregnado en el ambiente.

A él nunca le había gustado aquel lugar a pesar de que era el hogar ancestral de su Casa desde hacía siglos y le gustaba menos en medio de un asedio. 

Subió a la Sala de Audiencias de su señor padre esperando que estuviera ahí, cómo se lo temía estaba vacía. El trono de antiguos reyes y los estandartes con la torre blanca sobre campo sinople, rasgadas y empapadas de sangre, eran los únicos presentes en las solitarias ruinas, aparte de Jerome.

—«No caeremos» —recordó el lema de su familia—. Pero caímos...

Unas risas alegres provinieron del otro lado de la sala, instantáneamente se giró y se encontró con Alysanne, su hermana menor, descalza y con los ojos bien abiertos.

—Vamos a jugar . Yo me escondo y tú me buscas.

«Al parecer todavía nosotros no hemos caído».

Observó como su hermana corría hasta perderse.

—Está amaneciendo, mi señor. Me ordenó que lo despertara el día de hoy al amanecer para que no perdiera la junta con los otros doce —lo despertó Steven, su escudero.

Antes de que despertara por completo abandonó la habitación para traerle el desayuno.

Como Caballero de los Doce, ahora Trece, de la Mesa Redonda tenía que portar armadura todo el tiempo dentro del castillo, éstos poseían dos tipos de armadura: la ligera que utilizaban dentro del castillo y las escoltas donde se le asignara; y la de combate, mucho más pesada que la anterior, resistente y cubría cada parte del cuerpo, algo que la ligera no hacía debido a que dejaba las piernas descubiertas. 

El yelmo, el peto, todo estaba esmaltado en oro y plata, al fin y al cabo era la armadura de gala y daba gracias por ello, sería un suplicio soportar  veinte kilos sobre los hombros del alba al ocaso.

—Le traje lo que pidió, mi señor. Sólo que no pude traer el jamón debido a que no había, espero que no le moleste—dijo Steven, fuera de la puerta.

—No hay ningún problema. Ve y come algo. Te haré llamar para que me ayudéis con el resto.

Una ventaja que tenía era que sus aposentos estaban cerca de las cocinas.

—Gracias, mi señor. Si necesita algo más, no dude en llamarme —contestó mientras hacía una profunda reverencia. 

El chico le tenía un inusual respeto a Sir Jerome Whitetower.

Tomó su desayuno en la pequeña mesa de madera que tenía en su habitación. Ésta se encontraba en la Torre Noreste del castillo. Usualmente los Doce Caballeros de la Mesa Redonda tenían sus habitaciones individuales en la Torre Roja, al noroeste pero al ser él una excepción poseía su habitación en una de las torres ya no tan frecuentadas. 

La vida en el Castillo de Cristal era diferente a como él la recordaba, diecinueve años atrás.

Afeitarse la espesa barba le producía mucho pesar, se enorgullecía de ella pero era el día del décimo noveno cumpleaños de la princesa Luna y tenía que estar presentable a la magna celebración. 

Asistirían señores de pequeñas y grandes Casas, todos con la esperanza poder comprometerse o a sus hijos con la princesa heredera ya que a pesar que tres de sus hermanos menores se habían casado, ella seguía permaneciendo doncella y el rey había negado cada petición por la mano de su hija desde que ésta era una niña de pecho. 

Eso había generado polémica en todo el reino y todo este asunto lo intrigaba. Aunque él ya sabía parte de la historia. 

Recogió el yelmo sin visera de la mesa.

(GANADOR WATTYS 2018) Crónicas de la Torre y la Luna: El DecimoterceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora