Cicatrices

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Flotaba en un infinito mar rojo como la sangre, Elys no tenía la fuerza para poder moverse con libertad así que se dejó llevar por la corriente. Muchos pensamientos pasaban por su mente mientras se encontraba en ese estado de extrema relajación. Su hermana era la que más lo acosaba en sus pensamientos... y su madre. 

La madre cuya vida fue arrebatada hace cuatro años.

La voz se quedó resonando en su mente.

Finalmente Elys cerró los ojos y despertó en sus habitaciones en Leras, estaba completamente solo.

Confundido y desorientado, con dificultad pudo ponerse de pie y se dirigió a donde estaba un espejo gigantesco. 

Vertió un poco de agua en una vasija y lavó su rostro. 

Había sangre seca debajo de las uñas, y recordó todo lo sucedido, como aquel hombre obeso se abalanzó sobre él con una daga, a Zairee con otra daga incrustada en el cuello de su atacante con una mirada tranquila sin expresión alguna como la superficie calma de un lago, a Sir Edduard y a todos los soldados de Castelia levantarse y desvainando sus espadas al igual que los soldados Lerassi y la carta que se encontraba en su postre, eso hizo revolver su estómago y terminó vomitando en la jarra que ahora contenía comida a medio digerir. 

Desorientado tiró por accidente un florero que contenía bellas zinnias amarillas que terminaron destrozadas en el impacto.

Con esfuerzo logró llegar a la puerta y apenas pudo abrirla cayó desplomado. 

Pudo escuchar gritos pero no podía diferenciar si eran reales o no. 

Al final todo volvió a ser negro.

No supo cuánto tiempo había pasado: horas, días o semanas. Pero despertó en la misma cama, pudo observar a través del enorme balcón que ya había anochecido. Pudo sentir el fuerte olor del incienso quemándose. 

Volteó al otro lado de la habitación y había una silueta recostada en una silla durmiendo en una de las esquinas de la habitación. 

Elys cogió una de las velas más cercanas a él y se acercó a aquella figura. 

Era Sir Edduard. 

Elys le tocó un hombro para despertarlo.

—Sir Edduard, Sir Edduard —susurraba el príncipe— Sir Edduard, Sir Edduard.

El caballero rápidamente se levantó de un golpe.

—Mi príncipe, despertó —dijo aliviado—. Me alegra mucho que os encontréis bien.

—¿Qué fue lo que sucedió? ¿Cuánto tiempo ha pasado? —preguntó todavía confundido y asustado.

—Solamente han pasado unas cuantas horas. Os contaré todo en la mañana. Descanse, por favor.

Sir Edduard volvió a quedarse dormido.

Elys regresó a su cama y se recostó. 

Habían pasado más de dos semanas desde que no se recostaba a dormir en un lugar tan cómodo. Se preguntaba como estarían Luna y Elena, se preguntaba si estaban bien. Antes de caer al mar de los sueños rezó una plegaria a los dioses pero no a los suyos. 

Ellos se encontraban muy lejos como para poder escucharlo.

El príncipe dorado se encontraba en un campo repleto de hermosos tulipanes negros, a la lejanía pudo distinguir un bosque de cipreses de varios metros de altura. Se hizo paso a través de las miles de flores negras que encontraba a su paso hasta llegar a los enormes árboless. Sentía como cada vello de su cuerpo se erizaba pero siguió su camino a través de ese sombrío y oscuro bosque. Respiraba con dificultad, sentía un gran cansancio pero continuó penetrando el bosque, con cada paso éste era más espeso, oscuro y difícil de penetrar pero de alguna manera pudo llegar a un claro con una forma perfecta de un círculo y en medio de éste un olivo hacía su imponente presencia, Elys tocó suavemente su corteza y cerró sus ojos.

(GANADOR WATTYS 2018) Crónicas de la Torre y la Luna: El DecimoterceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora