El Consejo Real

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Poco más de tres semanas habían pasado desde la partida de los tres caballeros en la búsqueda de la princesa Luna.

Los Trece habían reducido su número de manera drástica, y eso no hacía más que preocupar a la Segunda Princesa. Sir Bryken fue con el príncipe Sander en Puerto Plata, Sir Wallace con el enfermizo príncipe Nathaniel en la ciudad portuaria de Séptima y Sir Edduard en Leras protegiendo y velando por la seguridad del príncipe Elys en tierras salvajes y desconocidas.

El día de hoy era su primera reunión en el Consejo como ayudante y aprendiz del Lord Maestro de las Finanzas del Reino, el marqués Alfred Langley. 

Su hija, Aisha, había sido asignada como su nueva doncella y dama de compañía relegando a su amada Annabel como la nueva doncella de Elena.

—¿Qué vestido prefiere, Su Alteza Real? —preguntó Aisha muy nerviosa. Acaba de cumplir catorce años, tenía el pecho todavía muy plano, casi como el de Elena. Su nariz era bastante afilada, Joanne notó desde el primer día que ella tenía una predilección de vestidos cómodos sobre todo, nada elegantes para una dama de su alcurnia. Y todos de colores rojos o naranjas—. ¿El de brocado de seda rojo o el de terciopelo naranja? 

Parecía como si quisiera inculcarle su carencia de elegancia.

—Ninguno, tráeme el azul celeste con adornos plateados —ordenó de mala manera. 

No quería ser grosera con ella, no había hecho nada malo pero el saber que por ella Ann había sido reemplazada hacía su sangre hervir.

—Entendido... Su Alteza —respondió Aisha con fría cortesía.

Le daba igual si ella la adoraba o no. 

Lo único que realmente le importaba era el amor de Annabel.

Aisha le trajo el vestido que le pidió y le ordenó que se retirara de la habitación mientras ella se vestía. No quería que viera sus cicatrices. 

Con mucha dificultad se puso el vestido, era mucho más complicado ponérselo sola que con ayuda. Apenas terminó ordenó a Aisha a entrar de nuevo y ayudarle con los últimos detalles, finalmente ella la peinó colocando dos broches en cada lado de su cabeza cuando tuvo oportunidad de verse al espejo se dio cuenta que la había peinado exactamente como ella, al parecer la única manera que sabía.

—Puedes retirarte. Buen trabajo, lady Aisha —dijo con gélidos modales—. Dígale a Sir Albert que ya puede entrar para escoltarme.

—Muchas gracias, Su Alteza —dijo viendo el suelo—. Me retiro.

No pasó mucho para que Sir Albert tocara la puerta.

—Pase —ordenó.

Sir Albert abrió la puerta y se arrodilló ante ella.

—Su Alteza Real, luce... de maravilla el día de hoy —dijo dubitativo. 

Era más que claro que desde que Aisha Langley se convirtió en su nueva doncella su elegancia y clase había disminuido drásticamente. Su amada Ann era la que le escogía los vestidos, los zapatos y las joyas. Ella era la que le peinaba y maquillaba como ella pensara que fuera el adecuado. 

Ella hacía todo por ella.

—Muchas gracias. Es el trabajo de la hija de lord Langley. Quitando el hecho de mi desalineado estilo, ¿puedo preguntarle algo?

—Si sé la respuesta os responderé, Su Alteza Real —dijo el gordo caballero.

—¿Cómo son las reuniones del Consejo? ¿Son similares a la de los Trece?

(GANADOR WATTYS 2018) Crónicas de la Torre y la Luna: El DecimoterceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora