La Promesa

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Aún no sabía que lo había impulsado a decir tales palabras en la audiencia, desconocía si era el honor o la vergüenza.

Tal vez un poco de ambos. 

Y ahora Jerome se encontraba empacando sus pocas pertenencias para zarpar a la que tal vez sería su última misión, rezaba a los Dioses para que la información de Lord Mikar fuera certera, de no ser así tal vez nunca volvería a ver el reino de Castelia. 

Sólo pensar en aquello hacía que cada vello de su cuerpo se erizara y un frío sudor cayera por su rostro.

—¿Qué hará con su armadura, mi señor? —le preguntó Steve, su escudero.

—Dejarla, ya no soy más un Caballero de la Mesa Redonda —respondió con tranquilidad

—No os comprendo.

—No esperaba que lo hicieras. He tomado una decisión, desconozco si será la indicada —Se quedó callado un tiempo mientras miraba hacia el techo—. Sólo los Dioses decidirán si fue la correcta.

Giró sobre sus talones y observó a Steve, él lo miraba atentamente. Sus ojos parecían humedecerse.

—Todavía puede retractarse—tartamudeó.

—Eres todavía muy joven para entender el mundo de los adultos —Jerome fue directamente al armario donde guardaba su armadura de los Trece, sacó toda la armadura y la tiró a un lado. Al fondo del viejo ropero se encontraban envueltas entre una vieja capa verde las dos espadas bastardas que su familia había poseído por más de cien años—. Estas son las dos espadas ancestrales de mi familia, sus nombres son Hermana Blanca —dijo desvainando la que tenía en su empuñadura la forma de una torre de color blanca—. Y esta es Hermana Negra, su gemela —Desvainó un poco la que el pomo tenía forma de una torre negra—. Después de la muerte de mi padre y de mi tío ambas espadas pasaron a mis manos. Nunca me consideré digno de usarlas hasta este momento.

—No comprendo por que me muestra esto —dijo Steve perplejo.

— Esto es una promesa de que voy a regresar, Steve —dijo Jerome mientras depositaba Hermana Blanca en las manos del chico—. Ten por seguro que volveré por ella, es una promesa.

—Mi señor, prometo que no lo defraudaré. Cuidaré de Hermana Blanca. Confío que logrará cumplir su misión. Os admiro por su valentía.

—Tranquilo, esto no es una despedida. Solamente es un hasta luego. Nos volveremos a ver. Con esta espada tienes que proteger a la princesa Elena. He visto como la miras y la manera que actúas cada vez que alguien menciona su nombre. Protegerla, esa será vuestra misión.

—Prometo cumplirla, mi señor —dijo Steve mientras se arrodillaba, sujetando a Hermana Blanca por el pomo con ambas manos—. No lo defraudaré.

—Sé que no lo harás. Retiraros, puedo continuar empacando sólo.

Steve se levantó.

—Sí... mi señor, hasta pronto —dijo entre lágrimas, secándolas con la manga derecha de su túnica.

Steve salió de la habitación y cerró la puerta. 

Jerome se quedó completamente solo en su pequeña habitación; su última cena en el castillo consistía en vino tinto y un poco de pan. Eso era todo. Tal vez debería estar comiendo todo lo que pudiera pero él prefirió algo más sencillo.

En su pequeña maleta de viaje incluyó tres capas: una de lana negra, una de terciopelo verde y una de seda blanca. El broche de plata en forma detorre que su padre le entregó hace más de quince años, ropas de viaje de lana y cuero endurecido. Al final no pesaba mucho pero a diferencia de su maleta su alma sentía el peso de cien caballos encima de ella. 

(GANADOR WATTYS 2018) Crónicas de la Torre y la Luna: El DecimoterceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora