Expiación (Parte 1)

368 66 37
                                    

—Alala, lleva a la chica a la otra habitación, dale un baño y trata las heridas —ordenó la voz de un hombre, era la del posadero. 

¿Cuál era su nombre? No lo recordaba en ese instante, no podía pensar con claridad.

—¡No! —exclamó una voz femenina, ¿pero de quién era? «¿Qué haces aquí Alysanne?», pero su hermana se encontraba a miles de leguas de distancia. ¿De quién era aquella voz?—. Me quedaré hasta que sepa que su vida no corre peligro.

—Caíste en el canal y tienes varios cortes en la cara y los brazos, moza —bufó el posadero, ¿cuál era su nombre?—. Te infectarás y morirás en un par de días con suerte, dios sabe que tanta mierda se haya en los canales —No escuchó otra contestación de Gemma pero sí escuchó el sonido de una puerta al cerrarse—. ¿En qué te metiste, hijo? 

¿Acaso era su padre el que hablaba o quizás su tío? 

Un paño remojado en un líquido carmesí fue puesto en sus heridas expuestas. Jerome gritó. Trató de moverse pero no pudo, serpientes rojas de sangre se encorroscaban alrededor de sus miembros y lo mantenían inmóvil.

—A-agua —suplicó. 

Una muchacha le acercó un pellejo a los labios. Era alcohol y muy fuerte, demasiado incluso para él. Trató de no beberlo, quería agua, pero le obligaron a pasar todo el líquido a través de su garganta. Sentía como ésta se quemaba por dentro, sentía que una hoguera era formada desde su interior.

Sombras de demonios y memorias aterradoras que se forzó a olvidar danzaban a su alrededor como si de un ritual demoníaco se tratara. 

El hombre sin nombre le seguía torturando. Lo escuchaba murmurar, discutir y maldecir con sus pequeñas demonios que ocultaban su rostro tras una mascarada llena de oscuridad. ¿Qué era lo que querían de él?

Las miradas negras y sombrías de los seres sin rostro lo juzgaban, lo maldecían y lo condenaban. ¿Acaso se encontraba en el purgatorio a la espera del castigo divino de los dioses? 

No, sus dioses se encontraban en Castelia. Se encontraban en el Templo de Ciudad Zafiro, en la sonrisa de su hermana Alysanne, en su capa púrpura que portaba con orgullo dentro del Castillo de Cristal, en los ojos blancos y vacíos pero llenos de vida de la princesa Elena, en los ojos de fuego gélido de la princesa Luna. 

En esos lugares era en donde sus dioses se encontraban, sus dioses se encontraban en casa. 

En el Cruce Jerome se encontraba bajo la mirada de un único dios y trece ángeles. Doce seres divinos de luz y un ser maligno lleno de oscuridad. 

Una sombra bufó—: Enela, revisa si ya están listos los hierros.

—Ya están, amo —informó la sombra Enela, ¿o era Elena? 

¿Qué hacía su princesita en tan aborrecible lugar? Se suponía que debía encontrarse en Castelia bajo la seguridad de toda la guardia real y grandes muros de piedra no en una putrefacta ciudad de ladrones y asesinos

Su princesita dorada lo miraba a los ojos, ¿por qué lloraba? «Perdón, mi princesa», se dijo a sus adentros. No había sido su intención hacer llorar a su princesa. Con ojos inquietos y a la luz de las llamas del infierno los rostros de los otros cuatro entes comenzaban a mostrarse: su hermana Alysanne; la princesa Joanne; Gemma ci Fleur y la princesa Luna. Las cuatro lo miraban fijamente con lágrimas de sangre en los ojos. «¿Por qué lloran? No lloren por favor, no valgo sus lágrimas» —. Que Dios lo tenga en su misericordia.

Su corazón era sacado de su cuerpo; con ojos desesperados observaba como aquel hombre le arrebataba su corazón sin vacilar. Jerome trató de gritar, después todo se oscureció.

(GANADOR WATTYS 2018) Crónicas de la Torre y la Luna: El DecimoterceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora