Funerales y Conspiraciones

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El Sumo Sacerdote recitaba sus plegarias y cánticos con otros siete clérigos alrededor de un ataúd vacío colocado en el centro del Templo de los Dioses. Los ventanales del domo en el techo lo iluminaban con una tenue luz que, con el paso de los minutos, se iba desvaneciendo.

La Torre Central, donde alguna vez se encontró la habitación del rey Brandon III, fue completamente calcinada por el incendio devastador. No se encontró su cuerpo entre los escombros. Fue incinerado junto a otras diez personas pero por fortuna no eran nadie, solamente sirvientes.

Hacía casi dos semanas que habían recibido aquella fatal noticia aunque la princesa Joanne lo supo apenas vio las flamas, algo en su interior sabía que el rey Brandon había muerto. Cuando Sir Arthur pronunció aquellas palabras lord Langley enmudeció, el príncipe Brandon bramó y llamó mentiroso al Primer Caballero. Lady Alicent trató de calmarlo pero eso resultó en una bofetada en su hermoso rostro. Los Caballeros de la Mesa Redonda al igual que gran parte de toda la corte quedó en un profundo silencio que se vio roto por el llanto de su hermanita... Joanne trató de no llorar en ese momento, trató todo lo que pudo para ser fuerte por ella. 

Las palabras y la manera de como las pronunció la destruyó por completo.

—¡Vamos Primero! Ya deja de estar bromeando, solamente estás preocupando a todos, ¿verdad que solamente es una broma? ¿Verdad? —dijo su hermana riendo mientras contenía las lágrimas—. Él todavía tiene que visitar a mamá, y a lady Orea, lady Celia y lady Scarlet.

— Princesa... princesa...—dijo la voz entrecortada y taciturna de Sir Sebastian. Con suma delicadeza le secó las inocentes lágrimas, todo el mundo guardaba silencio—. Vuestro padre ha muerto... lo siento mucho.

—¡Dejad de mentir! —Elena rabiosa lo abofeteó a pesar de no poder ver—. ¡Dejad todos de mentir! Por favor... dejad todos de mentir... Era su trabajo...¡Era su jodido trabajo! ¡Juraron proteger la vida del rey! ¡La vida de mi padre!

Las lágrimas brotaban como una cascada de aquellos blancos ojos como la nieve que comenzaba a caer a su alrededor. Sir Sebastian con un tacto y una ternura que nunca había visto por parte de él la abrazó y con una mano acarició con una fineza su larga melena dorada que caía como una cascada sobre los hombros de la princesa.

—¿Hasta cuando vamos a estar aquí velando por un ataúd vacío? En ese pedazo vacío de madera no se encuentra mi padre. —le preguntó con tono tosco. Ni cuando falleció su madre ni cuando perdió la vista se había retraído tanto... 

Joanne no le respondió.

«Extraña a Elys» , se dijo Joanne a si misma. «Si le dijera lo que le pasó la terminaría de destrozar, no puedo decirle la verdad...No puedo decirle lo que le pasó a su hermano... a nuestro hermano». 

Y con aquel pensamiento su corazón se encogió. 

Cargaría con el peso de todo aquello por ella, puede que no se llevara bien con Elena pero al final era su hermana, la única hermana que le quedaba y la cuidaría y protegería no importara lo que sucediese. Joanne giró su cabeza la dirección del rostro tallado de los dioses y reafirmó su promesa. 

—Vamos. Tenemos que dar nuestro último adiós —le susurró a su hermana al oído. 

El silencio fue todo lo que recibió.

Apenas la ceremonia terminó tomó la mano de Elena y abriéndose pasó a través de los numerosos presentes se dirigieron al vacío ataúd. Todos los miembros de la corte real asistieron al rito funerario al igual que los Trece que todavía quedaban en la capital. 

(GANADOR WATTYS 2018) Crónicas de la Torre y la Luna: El DecimoterceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora