La Base de Toda Relación

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—¡Wath, Nant, Ath! —gritaba a todo pulmón el comandante Sav Thaje de la Décima Legión de Infantería del Ejército Imperial. 

Lo que gritaba eran los números "Uno", "Dos" y "Tres" respectivamente. Desde el intento de asesinato en su contra había estado entrenando junto a los nuevos reclutas del ejército casi todas las mañanas. En este momento se hallaba en entrenamiento de combate mano a mano. Su contrincante en un solo movimiento lo derribó, no había esperado que Thaje terminara de contar. 

—Nada mal, Umyr'ladabi —Se burló su oponente. Aquel era el apodo que le habían puesto y significaba "Príncipe Dorado". Elys se limpiró la sangre que le escurría del labio. La gran mayoría de los nuevos reclutas lo superaban de edad por lo menos en cuatro años. Aunque hubiera sido menos humillante si su contrincante no fuera una mujer.

—Termino por hoy —dijo en lo que se quitaba el casco de combate y el peto de cuero endurecido. 

Sir Edduard observaba el entrenamiento desde la sombra de un árbol cercano. Todavía portaba con orgullo su armadura dorada de los Trece a pesar del calor infernal. Se encontraban en uno de las tantos patios de entrenamiento que había en el palacio, era tan inmenso que parecía una pequeña ciudad. 

Cada nuevo grupo de reclutas estaba compuesto entre setenta a cien integrantes que entrenaban juntos y luego pasarían a formar parte de alguna de las legiones que llegaban a tener hasta tres mil soldados. El entrenamiento impuesto estaba diseñado de tal forma que completos desconocidos terminaban siendo hermanos en armas, dispuestos a morir por el Imperio. Aunque eso no aplicaba para la mayoría de los reclutas, gran parte de las fuerzas imperiales eran esclavos. Se les distinguía claramente de los voluntarios: los tatuajes hechos al fuego vivo como si fueran simple ganado.

A ojos de los lerassi los esclavos no eran más que simples objetos con la finalidad de ser usados.

Los esclavos guerreros eran separados y entrenados separados de los reclutas voluntarios donde son sometidos a un entrenamiento más intenso, cruel e inhumano. El grupo con el que entrenaba estaba compuesto enteramente por voluntarios de todo lo largo y ancho del Imperio. Hombres y mujeres por igual eran entrenados en el arte de la guerra donde algún día podrían aspirar a ser oficiales reconocidos del ejército imperial. Cosa lo cual un esclavo nunca podría aspirar.

Todas las mañanas, antes del alba, salían a marchar fuera del palacio varios kilómetros y regresaban después de ésta para luego comenzar el entrenamiento con las alabardas y combate cuerpo a cuerpo. Esa el momento en que se integraba al entrenamiento. El joven príncipe  sentía como sus hombros y brazos estaban magullados y llenos de moretones. 

«No necesito esta mierda para aprender a defenderme. Con sólo tener a un par de guardias a mi lado veinticuatro horas todos los días por los siguientes meses todo irá bien».

—Casi la derribáis esta vez, Su Alteza Real —dijo Sir Edduard tratando de animarlo—. A este paso cuando regreséis a Castelia seréis todo un hombre al nivel de vuestro hermano. Debo admitir que el ejército lerassi es mucho más disciplinado de lo que pensaba. Tal vez podríamos aplicar alguno de sus métodos de entrenamiento y combate para el nuestro. Se me sigue haciendo una estupidez que todavía se siga dejando a las Grandes Casas a tener un ejército propio después del desastre de hace quince años.

El solo hecho de compararlo con su hermano lo molestaba. «¿Por qué no eres tan fuerte como Sander? ¿Por qué no eres tan inteligente como Joanne o Brandon? ¿Por qué no tienes un temperamento más dominante como Luna?   —Elys recordó las palabras que lo acosaban en su hogar—. Luna... Espero que la hayan encontrado o por lo menos que esté bien... donde quiera que esté».

(GANADOR WATTYS 2018) Crónicas de la Torre y la Luna: El DecimoterceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora