La Coronación

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Hoy era el día de la coronación de su medio hermano como el nuevo Rey de Castelia, solamente había pasado casi una semana desde el funeral de su padre y ya varios meses desde la partida de Elys y la desaparición de Luna. 

«¿Por qué a nuestra familia le persigue la desgracia? ¿Qué hemos hecho para hacer enojar a los antiguos dioses?»

Toda su vida desde hacía cuatro largos años era desgracia seguida de más desgracia. Cuando su madre fue asesinada lloró como si no existiera un mañana. Luego perdió la vista y de allí siguió una hermana luego un hermano y finalmente un padre. ¿Qué era lo siguiente que se le sería arrebatado? El sólo hecho de pensar aquello la hacía estallar en rabia y comenzaba a maldecir a todos los dioses pero la que recibía con mayor odio sus palabras era la Diosa de la Muerte y el Inframundo, Laila la diosa del sufrimiento y el dolor. La diosa que maldijo a los hombres.

En teoría debería estar siendo preparada para la coronación pero, en un arrebato de ira se encerró en su habitación desde la noche anterior. Cerró la puerta con llave y con mucho esfuerzo movió un pequeño librero frente a ella para obstruir la entrada. Una vez encerrada comenzó a gritar y maldecir. Con cada maldición que lanzaba apuñalaba a una de sus almohadas con un estilete que Steve Silverwing le proveyó de la armería, como buen caballero no dudó acerca de las órdenes que su princesa. 

La princesa Elena de Crystal, la ahora cuarta en sucesión al trono se odiaba a si misma y su almohada pagaba el precio de ello. 

«Una puñalada por lo tonta que soy, otra por ser una inútil dependiente que no puede hacer nada por si misma, una tercera por ser ciega, una cuarta por ser ciega y una quinta y una sexta y séptima por ser ciega».

Una vez terminó por destripar a su víctima con lágrimas en los campos níveos que eran sus ojos le pidió perdón. Siempre lo hacía, en el fondo sabía que nada ni nadie debía pagar por odio e ira. Arrodillada en el suelo de su habitación frente a su almohada una peculiar sensación que hacía mucho tiempo no sentía, un característico calor como el de una madre acompañado por un suave dolor punzante y un cosquilleo. 

Su mano izquierda estaba sangrando, hacía tiempo que no lo hacía que casi había olvidado como se sentía. Se imaginaba a las brillantes gotas carmesí deslizándose lentamente y cayendo sobre las hermosas plumas blancas tiñéndose de tal brillante color, aquella imagen mental parecía tan real como si en realidad pudiera verla. 

A la vista de todos Elena siempre lucía una perfecta sonrisa blanca pero por dentro su alma se fragmentada un poco más con cada sonrisa. Estaba harta de ser tratada como una muñeca. Estaba harta de más sonrisas falsas. Elys era la única persona por la cual sonreía realmente pero él ya no estaba allí por lo menos no hasta dentro de un año, quizás más. 

«Tal vez para ese momento él ya me habrá olvidado. Estará con su esposa, pasará más tiempo con ella. Reirán juntos, comerán juntos, bailarán juntos, tendrán hijos juntos y yo quedaré en segundo plano. Elys no me necesitará nunca más, él nunca me cuidará de la manera en la que lo hacía, nunca me volverá a mimar, nunca me volverá a abrazar... nunca me volverá  a besar como lo hizo aquel día... Con tanta ternura y cariño... Ahora tendrá a Zairee para besarla con ese cariño que antes era solo mío, la ternura que antes me pertenecía»

Con ira clavó el estilete decenas de veces más entre lágrimas y gritos de desesperanza y tristeza. Acompañados con la melancólica sinfonía de éstas al caer por sus pómulos de muñeca. 

Elys, su amado hermano, le había sido arrebatado. La única persona en el mundo a la cual ella quería más que a ella misma. La otra persona por la cual Elena sonreía era Sir Jerome Whitetower. Se llevó su mano derecha a su otra muñeca y tocó con delicadeza el brazalete de oro que tenía, su pareja se la había entregado con la esperanza que le diera buena suerte con la esperanza que pueda encontrar y rescatar a Luna. 

(GANADOR WATTYS 2018) Crónicas de la Torre y la Luna: El DecimoterceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora