La Tercera Princesa

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Cabalgaba rápidamente por una planicie rodeada por montañas escarchadas de nieve, el pasto verde se extendía hacia todos lados. Siguió cabalgando con Sonrisas por mucho tiempo más hasta que llegaron a un bosque. Los árboles eran viejos, como si nadie los hubiera tocado por miles de años. 

Era un lugar oscuro, espeso y primitivo pero a pesar de tener miedo ambos entraron, sentía como se erizaba su piel con cada paso que daba pero quería saber que se encontraba al otro lado, posiblemente un hermoso lago con aguas tan cristalinas que podrías ver el fondo o tal vez una pequeña posada con una amable mujer que le pudiera preparar deliciosos pastelitos de limón, ese era el postre favorito de la princesa Elena de Crystal.

Conforme más se internaba los troncos de los robles imponentes estaban cada vez más juntos y ramas retorcidas tejían una techumbre tupida; mientras bajo sus pies las raíces deformes le dificultaban su avance. Después de cierto tiempo se dio cuenta que estaba perdida, no sabía cómo regresar así que dio media vuelta y trató de salir del bosque. 

El silencio y la oscuridad gobernaban en aquel lugar, sólo se escuchaba el crujir de las ramas y el sonido de los insectos pero de repente un fuerte sonido perturbó esa paz.

Atrás de ellos surgió una bestia tan grande como un oso, aquel monstruo poseía dos cabezas una de águila y la otra de un gran dragón, de su espalda brotaban dos inmensas alas y en lugar de cola tenía serpientes. Los ojos eran igual de rojos que la sangre fresca que empapaba el pelaje. 

El animal se acercó a toda velocidad hacia ellos, Sonrisas se encabritó y se alzó en dos patas tirándola en el proceso.

Todo se nubló.

—Su Alteza Real, ¿se encuentra bien? ¿Una pesadilla? —le preguntó una voz que supuso era la de su institutriz.

—Sí, sólo fue un sueño horrible pero estoy bien —respondió somnolienta—. Volveré a dormir, mañana será un gran día. Buenas noches, lady May.

Estaba en un lugar muy raro pero le resultaba vagamente familiar.  

El cielo era plomizo, el aire era igual de pesado que dicho metal mientras toda la tierra se había vuelto cenizas. Los miles de muertos eran los únicos testigos de aquel campo de batalla. Parecía como si la tierra se hubiera partido en dos y los fuegos del inframundo hubieran brotado hacia la superficie. Caminó entre los cadáveres hasta que hubo uno que le llamó la atención, sobre su cabeza se ceñía una corona con estrella de plata, el cuerpo estaba atravesado por decenas de vectores de la muerte dorados. Asqueada y asustada dejó al rey muerto en el lugar donde yacería por el resto de le eternidad y continuó avanzando hasta llegar a un castillo completamente destruido como si fuera de cristal.

Dentro del salón del trono tendido sobre un mar de sangre se hallaba un hombre con una corona con una estrella dorada que yacía sobre su cabeza mientras en el trono de piedra gris se hallaba una muñeca, curiosa, se acercó mucho más y se percató que no era una muñeca sino un títere de una hermosa mujer con el cabello dorado como el sol siendo controlado por dos estrellas caídas. Una era hermosa y brillante y la otra era oscura y opaca; ambas peleaban por el control de los hilos. Asustada corrió lo más fuerte que pudo hasta alejarse, en el camino encontró águilas muertas y cisnes ahogados, pisó flores doradas sin que le importara hasta llegar a un bosque marchito que era consumido por las llamas. 

Huyó hasta alejarse de ese lugar...

Despertó poco después del alba. No tenía ningún recuerdo de lo que había soñado, lo único que sabía es que no quería volver a repetir ese sueño.

No quiso despertar a Lady May y a las demás doncellas así que para ahorrarles un poco de trabajo se empezó a arreglar para su último desayuno con su hermano.

(GANADOR WATTYS 2018) Crónicas de la Torre y la Luna: El DecimoterceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora