El Fin del Comienzo

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El ardiente sol de Leras era implacable y despiadado. Las ruinas de una antigua ciudad se alzaban entre las dunas de arena. La mitad de ésta había sido reclamada por las arenas rojizas, preservando la ciudad en un perpetuo bucle de tiempo. La antigua ciudad de Zerina emanaba un aura misteriosa y lúgubre, resguardada por los miles de fantasmas que aún la habitaban, sus eternos guardianes atados por las cadenas del tiempo y el destino a aquel lugar olvidado por la historia. ¿Cuántas historias podrían contarle aquellos ladrillos y aquellas columnas de arenisca? 

La princesa Luna al Crystal fue llevada contra su voluntad por treinta y siete mercenarios a la antigua ciudad, llegaron cuando el sol comenzaba a alzarse sobre el horizonte mientras el cielo se convertía en un lienzo lila y dorado. Tras el ataque pirata apenas y lograron llegar al puerto de Vares donde de inmediato una pequeña parte de la tripulación desertó y al escuchar las promesas de oro y riquezas por parte de Fernto durante todo el trayecto se unieron a la compañía mercenaria.

—¡Este es el renacimiento de los Hijos de Arkaes! —Brindó Mychel la noche antes de partir, ahora su compañía mercenaria pasaban de ser cuatro a treinta y siete, la mayoría hombres viejos cansados con las esperanzas de obtener un poco de gloria y jóvenes de la edad de Joanne hipnotizados con la idea de fama y riquezas dignas de reyes.  

Las ruinas de Zerina parecían tan antiguas como el tiempo mismo, a la luz del amanecer las columnas parecían brillar con un resplandor níveo, algunas baldosas rojizas se asomaban entre las arenas doradas y lilas como un león a la espera de su presa. «Esto es muy bonito», pensó la princesa mientras cabalgaba sobre un viejo palafrén entre lo que parecía ser un templo que carecía de techo pero las columnas erosionadas ordenadas y en fila eran los últimos testigos de aquellos antiguos dioses.

—Estamos sobre los techos de antiguas construcciones del pasado —le dijo Ivynora que cabalgaba junto a ella—. Durante los últimos cientos de años las arenas retomaron lo que era suyo por derecho. Los lerassi tienen un dicho: «De las arenas venimos y a ellas regresamos». Es por que sus emperadores son enterrados en el Valle de los Reyes, aunque muchos desconocen su localización, ha sido siempre un secreto celosamente resguardado. Se dice que al terminar de construir las tumbas, los constructores son asesinados para que no revelen la ubicación pero al final no son nada más que rumores.

Si trataba de alegrar a Luna no lo estaba logrando pero la princesa admiraba y apreciaba su esfuerzo. La princesa tiró las riendas del caballo y se alejó de la mercenaria, al menos podía disfrutar un poco la última pizca de libertad que tenía. No se separó mucho pero al final uno de los nuevos Hijos de Arkaes le bloquearon el camino, un muchacho de unos trece años escuálido pero con mirada astuta y otro de mayor edad, Luna con solamente ver la cara se dio cuenta que era un bruto. 

—¿Ya ni eso me dejan hacer, eh? —preguntó al tiempo que soltaba un suspiro. Los muchachos no parecieron entenderla y le hicieron señas bruscas para que se regresara a la caravana.

El primer día en la ciudad antigua se la pasó recostada sobre una pared de lo que parecía ser el templo principal. Tenía grandes columnas gruesas de color gris y blanco con antiguas runas y glifos cuyo significado había sido perdido con el caer de las arenas del tiempo. El que más le sorprendía y por el cual sentía una extraña fascinación, cómo si le llamara mediante susurros, era un enorme mural, los colores hacía centurias que habían desaparecido pero las grabados todavía estaban presentes: Doce hombres alados descendían de los cielos acompañados por una figura difusa; sobre la tierra un hombre de una ala los esperaba con lanza en la mano.

—¿Es hermoso, no lo crees, Su Alteza? —preguntó Mychel a sus espaldas.

Luna lo miró con desconfianza.

(GANADOR WATTYS 2018) Crónicas de la Torre y la Luna: El DecimoterceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora