El taller de alfarería

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Inhalo y exhalo una vez más tratando de llenarme de valor

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Inhalo y exhalo una vez más tratando de llenarme de valor. Tan sólo necesito abrir la puerta para que todo dé comienzo. Vamos Dante, no es para tanto, tan sólo debes sonreír y simular que la pasas bien. Pero, ¿a quién quiero engañar? Esto será lo que sigue de tortura. De repente veo como un grupo de tres amigos se acerca al salón al que quiero entrar. Ya no hay marcha atrás, es ahora o nunca. Por lo que pongo mi mano en la manija de la puerta y entro al infierno, o como los demás lo conocen, "el taller de alfarería". En serio que Barry y Chad me las van a pagar cuando salga de esto.

—Señor Collins, que gusto que haya llegado ya. Por favor tome su puesto que ya vamos a comenzar con el taller —comenta el señor Simmons con su torpeza de siempre.

Vaya que este hombre es realmente peculiar. Es muy alto y muy delgado. Trata de esconder su calva con tres pelos y lleva unas horribles gafas color rojas. Sin duda se quedó en los ochenta, pues su atuendo grita por un cambio urgente. Pero bueno, pobre señor Simmons, será mejor no criticarlo tanto. Él no tiene la culpa de haberse quedado rezagado en la vida.

Así que camino despreocupado hasta una banca. Como siempre, todos ponen sus miradas fijas en mí. ¿Qué no tienen algo mejor que hacer? Yo desde un principio no quise estar aquí, háganmelo más llevadero ignorando mi desgracia. Por culpa de este tonto castigo sufrí las consecuencias de un padre molesto y con un aliento alcoholizado.

Pero saco de mi mente esa horrible noche y le presto atención a las indicaciones del maestro Simmons. En pocas palabras él explica que al final del semestre debemos entregar tres cosas: un florero, un plato y una taza. Si hacemos eso tendremos salvado el taller.

Sin embargo tengo una situación que entorpece mi rendimiento. Al parecer todos aquí tienen idea de lo que hacen, pero yo tan sólo los veo consternado. Mis compañeros encienden esas máquinas que giran, para poner la mezcla y comenzar a hacer maravillas con las manos. Dios, esto es patético.

Así que trato de imitarlos. Pero el maestro me interrumpe.

—Collins, te mancharás todo si no te recoges esa melena. —¿Melena? ¿De qué está hablando? Sin embargo él continúa con su monólogo—. Toma esto, te servirá mucho.

Y el señor Simmons se levanta torpemente de su asiento para extenderme un pañuelo color rosa con flores amarillas.

—Era de Pamela, pero por accidente se le cayó un torno en el pie y se fracturó los huesos. —Lo miro con los ojos abiertos y dudoso tomo el pañuelo—. Pero no te preocupes Dante, ya tengo lentes nuevos.

Sin duda se vuelve inevitable sonreír ante sus palabras. Sabía que era extraño, pero ya estoy totalmente seguro gracias a ese comentario.

—No se preocupe señor Simmons, prometo no ponerme en su camino cuando lleve un torno en las manos. —El maestro me mira con una sonrisa y se da la vuelta con la intención de llegar a su asiento.

|2 0 : 1 7| ¿Hasta cuándo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora