Capítulo 36.

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Kenzo

Por un momento creí que iba a perder la cabeza al escuchar a Jade decir en pocas palabras que se quería entregar para que nadie saliese herido.

Ahora mismo me encuentro en la cama con ella a mi lado. Jade ve la serie mientras yo hago llamadas a todos los que me deben favores.

Rosi nos trae el almuerzo y comemos aquí. Ya le dije que no tenía que encargarse de nada, pero ella ama mimar a su niña. Se va a quedar aquí a partir de ahora.

Ayer todo iba bien, dimos un paso enorme y de repente, todo se vino abajo con esa llamada.

—No quiero que vuelvas a pensar en entregarte, Jade. No lo voy a permitir, aunque huyas siempre te voy a encontrar. Me da igual si tengo que encadenarte a la cama, pero no voy a dejar que huyas.

—Lo siento. No quiero que sufra nadie — susurra abrazándome.

—Mañana empezarás las clases online, estarás más tranquila y segura. Tus amigas pueden venir cuando quieran y también puedes salir, pero solo conmigo o con alguien, nunca sola.

—Tengo que traer toda mi ropa si pienso quedarme aquí.

—Esta es tu casa y nuestra habitación, es donde te vas a quedar. Mañana iremos a por lo que haga falta.

Asiente antes de ir al baño y volver con una crema con olor a chocolate. Se sienta en la cama y me sonríe con inocencia.

—¿Me das un masaje en los pies, por favor? — dice dejando sus pies en mi torso.

Al estar en ropa interior nada más, sus tetas me dan una imagen perfecta y cierro los ojos suspirando.

Le echo la crema y con mis pulgares hago presión en la planta del pie, los muevo en círculos y con mis nudillos. La escucho gemir de placer, si sigue así no voy a poder controlarme.

Tiene los pies pequeños, bonitos y con las uñas pintadas de azul. Como mis ojos.

Sigo con el otro y tiro de sus piernas para acercarla más y dejo un beso en sus pies. Subo a sus pantorrillas haciendo presión.

—Mmm, sigue, por favor — murmura casi dormida.

Sigo masajeando sus piernas suaves y la meto bajo la manta cuando se queda completamente dormida.

Mi móvil suena y veo una llamada de un buen amigo. Antón Jiménez.

Me he enterado de lo que está pasando, Kenzo.

No saluda ni nada, va directo al grano como siempre.

—Están jodidos si creen que la van a tener — le digo y se ríe. Sabe que con lo mío nadie se mete.

Voy en camino a la manada. Vuelvo para quedarme. Mañana por la noche estaré ahí, tenemos cosas que hablar. Muchas sobre tu Luna, muchas manadas saben que es blanca pura, Kenzo. Está en peligro.

Me pongo en tensión, ya que muchas manadas se han puesto en contacto conmigo porque quieren ver a Jade. No es un puto trofeo para que vengan a mirarla. Es mía, solo mía.

—Te espero mañana.

Cuelgo y miro a Jade que suelta un quejido como si algo le doliese y la miro preocupado.

—Jade, ¿qué tienes?

No responde y se levanta para ir al baño a meterse en la ducha y la sigo para ver qué pasa. Tiene un hilo de sangre en el interior de su muslo.

Joder. Le hice daño. No, no, no.

—Vamos al hospital, estás sangrando — hablo sin poder ocultar el nerviosismo.

¿Y si la de he desgarrado? No volverá a confiar en mí. Fui cuidado y me aseguré de que disfrutara.

Se da la vuelta para mirarme como si hubiese perdido la cabeza y suelta a reír.

¿Ha perdido la cabeza? No me sorprendería sabiendo la semana de mierda que lleva, ha podido traumarse.

—Kenzo, por la Diosa. Me ha llegado la menstruación, es normal que sangre — se enjuaga y sale para buscar unas bragas.

—Podrías haberlo dicho antes — le digo antes de salir y esperarla en la cama.

Se tumba a mi lado cuando sale y veo sus tetas. Están pidiendo mi atención, lo sé.

—No me mires así — me dice poniendo los ojos en blanco. Sé que lo hace sin querer.

—Me gustan tus tetas. No voy a dejar de verlas — la acerco más a mi para besarla y noto como se relaja.

—Me gustaría tener un espacio en el vestidor — susurra.

No entiendo. Ya hay espacio para ella aunque se compre una tienda entera.

—Ya tienes espacio. Puedo comprarte más ropa si quieres.

—No, me refiero a tener mi tocador para el maquillaje y eso. Me gusta pasar horas ahí sentada y ahora que no voy a poder salir como antes... en mi casa tengo el mío, solo tendríamos que traerlo.

—Mañana llamo para que te hagan tu tocador.

—No hace falta...

—Me da igual, hazte una idea de lo que quieres para que lo pidas — la corto sin dejarla terminar la frase.

A la hora de la cena bajamos para hacerlo con Rosi y mi madre.

—Hola, mi pequeña — saludan mamá y Rosi.

Yo estoy pintado en la pared por lo veo.

—Hola — ella las abraza antes de tomar asiento.

Cenamos y hablamos de cosas sin sentido, no queremos hacerlo de lo que ocurre. Queremos tener un momento de paz.

—Estoy deseando que tengan cachorros. Ya quiero muchos de ellos correteando por la casa — habla mi madre en un tono casual en el momento en que Jade está bebiendo.

Veo que le sale por la boca y la nariz, ahogándose en el proceso.

—Mamá, por la Diosa.

Le doy palmaditas suaves, no quiero hacerle daño. Levanta la cabeza cuando se tranquiliza y la veo pálida.

—Yo... no creo que sea momento para tener uno. Estoy en mis días — habla rápido sin pensar. Siempre le pasa cuando se pone nerviosa.

Espera un momento. ¿Eso quiere decir que lo podemos intentar cuando termine con sus días? Mi lobo aulla eufórico al oírla.

—¿Quieres decir que cuando no lo estés lo intentarán? — pregunta mi madre sonriendo de lado.

Jade me mira con las mejillas encendidas y se levanta cuando las otras dos mujeres ríen

—Yo creo que me voy a descansar — dice antes de salir corriendo.

—Me has asustado a la niña, Sinnia. Por la Diosa, ¿cómo se te ocurre? — le dice Rosi y ríen como unas niñas pequeñas cuando hacen una travesura.

—Cuidala, esa niña vale oro, cariño — me dice mamá.

Asiento pensando en Jade con la barriga llena llevando a mi cachorro. Es una necesidad, tengo que llenarla. Es mía.

Nuestra, pedazo de mierda.

Soy yo con quien duerme.

No me hagas tomar el control, Kenzo.

No le respondo y me levanto para irme con mi mujer.

Mi LunaWhere stories live. Discover now