Capítulo 38.

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Kenzo

Siento algo en mi boca y abro un poco los ojos. Son las tetas de mi mujer. Los cierro de nuevo para seguir con esta paz y me quedo ahí por unos quince minutos. Succiono un poco su pezón y agarro el otro con la mano. Aún es temprano y quiero que siga durmiendo.

Voy al baño sin hacer ruido y me pongo ropa para estar en casa. No tengo reuniones ni nada importante, pero bajo al despacho y llamo a Andreus.

—¿Cómo está mi hermana? — responde al segundo toque.

—Está bien, dormida. Quiere seguir sus clases online. ¿Vas tú o hablo yo con el director?

Voy yo. Aleska también va a dejar de ir, al igual que Marie. Pueden utilizarlas para llegar a ella y sabes que Jade nunca dejaría que algo les pasara. Se culparía.

Tiene razón, es capaz de ponerse en riesgo por las personas que ama. Admiro su valentía, pero no voy a permitir que lo haga.

—Pueden venir a tener las clases aquí juntas si quieren. Nosotros debemos seguir buscando pistas, no podemos dejar que los pícaros aprovechen el ataque. Necesito que Alexander también comience a entrenar más duro y esté a nuestro lado.

No se si dejará las clases también, tengo que hablar con él.

Después de terminar con Andreus, llamo a Marcos, el hombre que siempre hace las reformas en mi casa. También un gran amigo de mis padres.

Pequeño Alfa, ¿qué puedo hacer por ti?

Sonrío al escucharlo. Siempre me ha llamado así desde que era un cachorro.

—Me gustaría que vinieses a hablar con mi mujer. Quiere un tocador para sus cosas y el maquillaje.

—Puedo ir mañana por la tarde. Mi mujer me tiene haciendo obras en una habitación — dice resoplando y escucha su mujer refunfuñar.

—Te espero mañana entonces, Marcos.

Así será.

Cuelga y dejo caer mi cabeza en la silla soltando un suspiro. Hoy llega Antón y es importante lo que quiere decirme o lo hubiese dicho por teléfono. También dijo que volvía. Antón es de mi manada, pero lleva unos años fuera recorriendo el mundo y conociendo gente. Por eso tiene tantos contactos y sabe mucho.

Me levanto para ir a la cocina a pedir el desayuno de mi mujer. Rosi y mi madre están sentadas hablando entre ellas.

—Hola, cariño — habla mi madre y Rosi me sonríe.

—Buenos días — les doy un beso en la cabeza a cada una.

—¿Cómo se encuentra mi niña? Se pone muy mal cuando está en sus días — me pregunta preocupada.

—Está dormida ahora mismo. Ayer me dijo que le dolían los pechos cuando se los apreté.

—Por todos los Dioses, Kenzo. Eso no nos interesa — dice mi madre sin dejar de reír.

—Os veía a ti y a mi padre cuando yo era un niño. Y tampoco tenían las manos quietas — le digo con una ceja alzada y veo como sonríe un poco nostálgica.

No ha superado la muerte de su Alfa, pero si ha aprendido a convivir con ello. No está triste como hace años, sin embargo, lo recuerda con amor y orgullo.

—Eso no puedo negarlo, hijo — asiente con una sonrisa.

Desayunamos juntos y le subo el desayuno a Jade cuando termino.

Entro a la habitación, pero no está. Dejo la bandeja en la cama y la veo arrodillada vomitando en el baño.

—Cariño, ¿qué tienes? — me acerco a ella y recojo su cabello.

Mueve su cabeza negando y se levanta para lavarse la boca.

—Siempre me pasa eso, tranquilo. Ya fui a mi ginecóloga y dijo que a muchas les pasaba.

La miro con el ceño fruncido, no creo que tener la regla tenga algo que ver con vomitar, pero como soy hombre y no tengo ovarios, no opino.

—Tienes que desayunar. Está en la cama.

Salimos del baño y desayuna sin ganas. No puedo dejar que se muera de hambre.

—Tenemos que ir a mi casa.

—Sí, cuando te vistas nos vamos. Mañana vienen para saber que quieres en el vestidor y hoy en la noche llega un amigo. Tiene información que nos puede ayuda.

Me mira con curiosidad antes de asentir y se va al vestidor a coger ropa para ducharse.

—Ya estoy lista — dice saliendo del baño y se acerca a mí — ¿me das un besito?

Estoy sentado en la cama y ella se sienta en mis piernas para que la bese. No hace falta que me lo pida y la envuelvo en mis brazos.

—Uno más — pide siendo una caprichosa y solo nos separamos por la falta de aire.

—Hola, mi pequeña — saluda Rosi cuando bajamos las escaleras.

—Nana — se acerca a ella para que la abrace — Vamos a ir a casa, ¿necesitas algo?

—No, mi niña. Tengo todo aquí.

Ella asiente y nos vamos al auto.

—Tus amigas van a ir a casa para que podáis hacer las cosas juntas.

—Gracias, mi amor — se levanta un poco del asiento a darme un beso en la comisura de los labios.

Llegamos a su casa que está vacía. Andreus debe estar en el instituto solucionando las cosas.

Subimos a su habitación, donde guarda algunos libros, ropa y su portátil en un bolso.

—¿Tienes que coger algo más? — le pregunto y ella niega.

Cuando vamos a salir vemos que debajo de la puerta hay un sobre que antes no había y lo levanto para abrirlo.

~ Ya queda menos para tenerte a mi lado. Disfruta de tu falso Alfa, pronto estarás conmigo ~

Ese hijo de puta. ¡Tenemos que matarlo! — grita Sombra.

Lo haremos. Paciencia, lobo.

No podemos dejar que le hagan algo — escucho a la loba de mi mujer llorar y Sombra la calma.

Ardo en rabia y ella pone su mano sobre la mía al sentir mi estado de ánimo. En sus ojos solo veo tristeza.

—No me voy a ir de tu lado. Tú eres mi Alfa, mi hombre y el padre de mis futuros cachorros — me mira con sus hermosos ojos brillando.

La atraigo hacia mi para envolverla. Necesito su aroma para tranquilizarme y lo consigue. Siento que esta semana va a ser larga y aún estamos a lunes.

—Soy el único — le digo dejando besos en su cara.

—El único con el que voy a estar.

Me llena de orgullo y mi ego se eleva mucho más que antes al escucharla. Esta loba es mía y de nadie más.

De vuelta a casa veo que sus amigas y Andreis están esperando en la puerta. Ellas se acercan a abrazarla y comienzan a hablar sin parar. Es imposible no amar a mi mujer.

Esperamos a Alexander en el salón, que viene de camino. Pensaba que iba a tener que darle unas lecciones al creer que iba detrás de Jade. Me equivoqué.

Mi LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora