Capítulo Cuatro

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James está histérico por la reunión que vamos a tener con la princesa heredera de Suecia y su equipo de seguridad. Hace lo que de pequeño me ponía muy nervioso, apretarse las manos de forma tan fuerte que se hace daño, aunque lo hace de forma inconsciente.

—James, detente. Sabes lo que pienso acerca de esto —murmuro y le cojo una mano para que no lo haga.

—Es tu culpa —gruñe—. Si no hicieras ese tipo de locuras... —Mira su reloj y resopla—. Ya llegamos tarde, le aseguré al jefe de seguridad de la princesa que no tardaríamos más de media hora en estar en el hotel.

—No tienes la culpa de que haya tanto tráfico. —Cojo una de las cervezas que hay en el minibar de la limusina en la que estamos y me bebo más de la mitad en un trago—. Relájate.

—Me he mirado de forma rápida alguna de las leyes de Suecia relacionadas con la monarquía para saber cómo tratar el tema y no hacer el ridículo. Solo te pido que en todo momento me dejes hablar a mí y no hagas nada fuera de lugar.

—Nunca hago nada fuera de lugar —río y me acabo la cerveza—. No exageres.

—Sebastian, deja tus bromas para otro momento.

—¿Por?

—Porque aunque en Suecia la casa real ya no tenga la importancia de años atrás y que esté relegada más a un carácter institucional, no deja de ser una princesa. Tiene inmunidad diplomática en más de cuarenta países.

—¿Eso a mí qué me importa? —rebato—. Ni que me fuera a matar. Una princesa no hace ese tipo de cosas, se supone que tienen que ser correctas y educadas. No creo que me diga nada fuera de lugar.

—¿De dónde sacas eso?

—¿No te acuerdas? —me río—. Cuando éramos adolescentes vimos Princesa por sorpresa* con tu hermana pequeña. Simplemente recuerdo detalles de esa película. Estuve muy atento, Anne Hathaway está buenísima.

—Sebastian, la vida no es una película. Deja esas idioteces. —La limusina se detiene por lo que sé que hemos llegado al hotel en el que será la reunión, seguramente el mismo en el que se hospedan—. Hablo en serio —remarca.

—¿Cuándo no lo haces?

James niega con la cabeza y se baja del coche el primero. Yo espero a que uno de mis guardaespaldas, ya que no he venido con todos, sería absurdo e innecesario, me haga un gesto para indicarme que no hay prensa en la calle. El hotel es uno de los que estaban en mis opciones y sonrío al pensar que hubiera sido divertido estar en el mismo lugar que ella, eso provocaría muchos más rumores de los que ya hay.

—¡Sebastian! —me apremia James que parece que tiene prisa. Sí, llegamos tarde, pero a mí no me importa. Para que no se ponga más nervioso le sigo hasta la recepción del edificio, en la que ya nos están esperando—. ¿Sven? —pregunta al ver un hombre muy rubio, con aspecto serio y un equipo de comunicación en la oreja—. Soy James, hemos hablado por teléfono.

La soledad de la coronaWhere stories live. Discover now