Capítulo Treinta y Siete

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Hacía mucho tiempo que no veía a Martha, casi un año para ser exactos. Sigue igual que la última vez que nos vimos, quizá con el pelo algo más largo, pero no podría decirlo con exactitud porque parece que no se ha peinado. No es que me sorprenda, nunca ha estado obsesionada por verse bien en todo momento, al contrario que yo, si ella tenía que salir con una coleta y chándal a la calle, lo hacía. Eso sí, cuando tenía que arreglarse para una ocasión especial, ya fuese una gala o un asunto formal en la que su familia estaba involucrada, era de las más elegantes, sabía bien elegir la ropa.

Le importaba bien poco lo que pensasen de ella y esa era una de las cosas que más me gustaban de ella y más envidiaba. Tenía la independencia que siempre había deseado para mí y su vida se basaba en viajar por el mundo, porque no le gustaba quedarse en su casa, se aburría. Pese a que era noble, de la familia Natt och Dag*, la más antigua con cargo nobiliario de todo el país, no tenía las mismas preocupaciones que las personas que tenían una posición parecida a la suya.

Por eso nos hicimos amigas desde pequeñas, porque ella no me trató distinto por ser la futura reina o por mi apellido, al contrario que muchos niños de nuestra edad. Aún me recordaba la frase que me dijo solo verme, sin ningún tipo de pudor:

«Pues para ser la futura reina, parece que tienes un palo dentro. ¿Te da miedo mancharte el vestido?»

Desde ese momento nos hicimos prácticamente inseparables, siempre me decía lo que pensaba, me molestase o no y me apoyaba. Lo bueno es que a mi padre, esa amistad, no le molestaba, al contrario, siempre me había animado a que siguiese con ella porque estaba bien vista para la alta sociedad del país y para él, que era lo que le importaba. Si el rey no aprobaba una amistad, no podía tenerla, había controlado mucho ese aspecto de mi vida cuando era niña y adolescente.

Siempre había sido así, hasta que me planté, como ahora con Sebastian.

—Vamos a dar un paseo por los jardines —sugiero mientras le hago un gesto con la mano para indicarle el camino, aunque ya se lo sabe—. Así Albóndiga corre un poco.

—¿Con este frío? —Ella niega con la cabeza de forma rápida y silba, haciendo que el perro se acerque a ella de forma rápida—. No, gracias. Tampoco puedo quedarme mucho tiempo, mi madre quiere pasar tiempo juntas, dice que he estado fuera mucho tiempo.

La guío hacia uno de los salones en los que recibimos a nuestros invitados mientras ya ha empezado a contarme sus experiencias en otros países, en el que más tiempo estuvo fue España. Ya había estado en ese país en el mismo momento en el que yo me marché a Yale. Recuerdo cómo dijo que necesitaba playa, calor y descansar, que estaba demasiado cansada de las obligaciones que tenía, aunque no cumplía. Quedó cautivada con el país al sur de Europa, lo recorrió entero varias veces y pasó mucho tiempo en las zonas costeras del mediterráneo. Al final, después de un año sabático, decidió estudiar en una universidad privada de Valencia, porque según sus palabras textuales, amó las paellas, la horchata, los fartons y su fiesta tradicional*.

La soledad de la coronaWhere stories live. Discover now