Capítulo Cuarenta

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Kristoff lo ha dicho queriendo, me ha ayudado, o cree que lo ha hecho. No es que no le agradezca su gesto, la conversación va a centrarse en él, restándole importancia a lo que estábamos hablando y a los prejuicios de mi padre, que es lo que quería cuando ha confirmado que tiene novia. Ha actuado de forma impulsiva solo para beneficiarme.

El problema es todo lo que va a suponer para mí que haya oficializado que tiene pareja. Van a venir los reproches por parte de mi padre, diciendo que yo, como heredera, tenía que ser la que tuviese pareja antes que él, que va a quedar mal de cara a la opinión pública. Además, es una de las chicas que aprueba y tienen su visto bueno. Sin contar que si llegan a más, si van totalmente en serio, lo que es muy probable porque mi hermano no se lo hubiese dicho a mis padres si no fuera así, provocará otro conflicto. Según el protocolo real, ni él ni Freya podían casarse antes que yo porque eran menores en edad. Eso supondría más presión para mí, ya fuese por la social y por la que yo misma me impondría; no podría estar tranquila y ser feliz sabiendo que mis hermanos no podrían casarse porque yo no lo había hecho antes. Me sentiría muy culpable de privar la felicidad de mi hermano por algo así.

—¿Tienes novia? —mamá intenta poner orden en la mesa, rebajando la tensión a su manera, con una sonrisa en el rostro.

Pero no lo consigue, o al menos a mí no me sirve para calmarme. Sigo muy molesta con mi padre por lo que ha dicho. Siempre con sus opiniones infundadas de las personas que en un primer momento no le causan buena impresión.

—Sí —sonríe Kristoff—. La tengo.

—¿Y se puede saber por qué no nos lo has dicho? —exige saber el rey, con su voz firme, demandante. No le gusta no haber sabido una noticia así desde el primer momento.

—Quizá porque no te interesaba, padre. —Kristoff no se siente intimidado y vuelve a sonreír, demostrando que no le importa ni se siente culpable por habérselo ocultado—. De hecho, no tenía pensando decíroslo tan pronto, Madeleine no se lo espera y cuando se lo diga sé que va a entrar un poco en pánico. Al contrario de lo que piensas, padre, mi vida privada sigue siendo mía.

—¿Madeleine? —inquiere el rey—. ¿Madeleine Von Heidenstam?

—Esa misma.

El alivio en los ojos de nuestro padre es tan grande que por mucho que quiera seguir con su rostro de impasibilidad, no puede. Tiene esa mirada de orgullo que pocas veces le he visto, y es dirigida a mi hermano. Está orgulloso de que tenga una pareja al que cree que es su nivel. Y a mí eso me altera más.

¿Por qué tiene que sentirse orgulloso por algo que no es un logro de mi hermano? Sé que él estaría más contento si hubiera tenido esa mirada cuando ha hecho buenos discursos, cuando acabó su formación en el ejército o cuando acabó su carrera universitaria. En todas esas ocasiones lo que le dijo fue que era su deber como príncipe, que era lo que se esperaba de él. Al igual que en todas las ocasiones que yo he hecho que merecía que estuviese orgulloso, siempre decía lo mismo, que era mi obligación y deber.

La soledad de la coronaWhere stories live. Discover now