Epílogo

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Observo la corona de camafeos que está colocado en el tocador en el que estoy sentada y sonrío inconscientemente.

Es de mis coronas preferidas, una que solo he visto en ocasiones especiales y en mi madre. Es una de las joyas a las que le tengo más respeto, no solo por lo majestuosa y espectacular que es, es también por todo lo que significa, por la importancia que tiene que la lleve en el día de hoy, siguiendo la tradición como debe ser.

No puedo dejar de mirarla porque aunque no lo voy a decir en voz alta, ni tampoco reconocerlo si me lo preguntan, estoy nerviosa por todo lo que va a pasar hoy.

—Cariño, ¿cómo estás? —pregunta mi madre entrando en la habitación. Ya está vestida, con un vestido precioso, su banda con las condecoraciones que posee y una de las tiaras que solo puede usar la reina—. Estás preciosa.

—Aún no me he vestido ni llevo la corona puesta, solo estoy maquillada y a medio peinar.

—Eso no quita que estás preciosa. —Me giro y veo a mi padre en el marco de la puerta. También está listo, con su uniforme militar—. Estoy muy orgulloso de ti, Lena.

—Gustaf, que me vas a hacer llorar—se queja mi madre en lo que parece una pequeña protesta—. No le digas estas cosas ahora, hazlo mañana u otro día.

—Estás preciosa —repite y veo que está intentando ocultar que está emocionado. Sonríe y se acerca a mí para colocar una mano en mi hombro—.Y sí, estoy muy orgulloso de ti, aunque eso ya lo sabes, te lo he dicho en varias ocasiones.

Sí, esa era una de las cosas que habían cambiado con el paso de los años. Nuestra relación había mejorado de forma notable y ya no cuestionaba todas mis decisiones, al contrario, las apoyaba y me pedía opinión en muchos temas. Empezando por todo lo relacionado con Sebastian.

No sabía si el cambio había sido a raíz de todo lo que había ocurrido con Nikolaj años atrás, que finalmente se había dado cuenta de que su actitud no era la correcta o que había visto que mis decisiones no eran malas, que sabía lo que hacía.

—¿Voy bien de tiempo? —pregunto y cierro los ojos para que acaben de maquillarme—. No quiero llegar tarde.

—No vas a llegar tarde —niega mi madre—. Y menos en un día tan importante.

—Lo sé, padre no va a permitir que la realeza de otros países espere más de lo que debería porque me he tomado demasiado en serio lo de que una novia siempre llega tarde —comento y la miro —. ¿Cómo te sentías el día de tu boda, mamá?

—Aterrada.

Suspiro, no me esperaba una respuesta tan sincera. Estoy nerviosa, pero no hasta ese punto, pero es normal, es común en un día como hoy. No me arrepiento de lo que voy a hacer, no tengo dudas.

La soledad de la coronaWhere stories live. Discover now