Capítulo Sesenta y Cinco

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Hacer el equipaje de toda una vida en el mínimo tiempo posible me está resultando muy difícil. Quiero ser práctica, llevarme lo mínimo posible para no ir demasiado cargada. Aunque me es inevitable llenar dos maletas muy grandes de casi toda la ropa de mi armario, los vestidos de gala y otra ropa específica la dejo, no me harán falta.

—Eres la única persona que conozco que en una situación así hace la maleta ordenando la ropa y dejándola perfecta —se mofa Kristoff y me ayuda a cerrar una—. Yo en tu caso hubiera puesto todo de forma rápida y ya. Mi hermana la racional.

—La ropa no tiene la culpa... —murmuro—. ¿Has hablado con Madeleine?

—No tiene ningún tipo de problema en que te quedes en uno de los apartamentos de su familia, como te he dicho. Entre los dos hemos elegido el que será más acorde y el más seguro. Además, he remarcado que tenga una gran terraza para él. —Señala a Snö que ya se ha despertado y nos mira con curiosidad—. Sé que no vas a dejarlo aquí.

—Obviamente no —confirmo.

—Madeleine nos va a estar esperando allí, así que cuando estés lista...

Asiento y observo mi habitación con nostalgia. Tengo tantos recuerdos aquí, toda una vida, y me es difícil dejarla, pero es lo que debo hacer, no tengo dudas. Kristoff coge las dos maletas y al verme las deja y se acerca a abrazarme, no le ha hecho falta que le diga que me está costando este momento, lo sabe.

—Gracias —susurro e intento recomponerme de mi bajón momentáneo—. Snö, ven, vamos.

Se acerca moviendo la cola con mucha felicidad y le pongo lo necesario para ir de paseo, no entiende nada, pero me alegra que esté así, será una gran distracción para mí tenerlo al lado con su energía.

—Mamá me ha dicho que te cuide... —habla mi hermano mientras estamos yendo a su coche—. Por eso te voy a llevar yo y no hay mil quinientas personas de seguridad a nuestro lado.

—Pero no va a durar mucho esta intimidad...

—Tampoco puedes pretender estar sola, Lena —rebate—. Y sí, sé que suena extraño viniendo de mí, pero no dejas de ser la futura reina, no puedes irte sin más. Imagina que te ocurre algo y...

—Entonces serías tú el rey.

—No digas idioteces —gruñe muy serio y coloca el equipaje en el maletero—. Mamá me ha dicho que enviará a un equipo de seguridad y que le van a rendir cuentas a ella, no a padre. Si tú no quieres, él no sabrá dónde estás.

—Ahora se muestra más comprensiva, pero ha juzgado a Sebastian —espeto, mordaz—. En realidad me es igual todo ahora mismo, solo quiero irme de aquí.

—Lena... —Sé que debe estar pensando que actuaré de forma impulsiva, que mi reacción al irme solo es el principio de muchas más.

—No haré ninguna locura —le tranquilizo—. Eso sí, debo admitir que mi primera reacción ha sido querer filtrar a la prensa que estoy con Sebastian. Luego lo he pensado mejor y no es el momento, aunque ya te avanzo que creo que no voy a ocultarme más, lo que sea será.

La soledad de la coronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora