Capítulo Veintisiete

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Me di cuenta, con el paso de los días, de que mi padre había instaurado una ley del silencio entre ambos, una un tanto extraña. Delante de la familia, y de los empleados que convivían con nosotros, se dirigía a mí, siempre con su frialdad y corrección, como si no ocurriese nada. Lo que no hacía era integrarme en sus decisiones o intentar aconsejarme para los eventos que tenía en el calendario en los días siguientes, ya no me invitaba a su despacho. Quizá es que mis palabras, desacertadas, en el baile habían tenido el efecto que quería en un primer momento: molestarle.

Reconozco, ahora pensando de forma fría y racional, que no fue una de mis mejores decisiones. Tendría que haber seguido actuando como me habían educado; como él se había encargado que fuese. Aunque el mundo se estuviera derrumbando delante de mí tenía que ser imperturbable y guardarme mis propias emociones. Nadie tenía que saber qué pasaba por mi cabeza o si estaba bien o no.

Es lo que él se había encargado de recordarme casi cada día desde que tenía memoria. Para el mundo yo tenía que tener una imagen impecable, una que no reflejase ninguno de mis problemas. Tenía que ser perfecta.

Y a veces me cansaba de aparentar lo que por mucho que me esforzase, no era. No era perfecta.

Era muy incómodo estar así con mi padre. Porque sabía que era otra batalla más en la guerra que habíamos empezado a librar. Una para ganar mi libertad, al menos de mis acciones, sin que él las vigilase de forma constante.

Entre tanta tensión, mi salida con Alexander fue un bálsamo para mí. Consiguió, sin saberlo, distraerme de mis preocupaciones, y hacerme reír. Siempre lo hacía. Era divertido, atento, talentoso, simpático... Un gran amigo.

Creo que si no lo conociera, y fuese un poco más parecida a Freya, sería una fan incondicional de él. Un poco como a ella le ocurría con Sebastian, obsesionada, yendo a todos sus conciertos y esperando encontrarme con él algún día.

Aunque no solo pensaba en eso, a veces se me pasaba por la cabeza que él hubiera sido una buena pareja.

Prefería a una persona como él, normal, que los hijos de gente que mi padre quería que conociese. Seguía intentando que el príncipe Harry y yo tuviésemos un romance. Él no sabía nada de la relación que ya tenía Harry, había cumplido mi palabra, no había dicho nada, pero mi padre insistía.

Llevaba tiempo sin sacar ese tema conmigo, probablemente porque había decidido no hablarme, no obstante, era uno de los temas por los que discutíamos más y de forma repetida. Según lo que él creía, tenía que tener una pareja, una acorde a mi nivel que estuviera preparado para asumir su papel, uno por detrás de mí porque yo sería la reina. Por eso me presentaba a hijos de miembros de la realeza de otras casas, nietos de algunas familias nobles o similares.

Desde que había dejado a mi última pareja, hacía ya años, me recordaba que si quería ser reina, tenía que tener a alguien a mi lado. No porque él pensase así, o eso me había dicho mi madre, según ella, él creía que era muy capaz de hacerlo por mí misma. El problema era la imagen pública.

La soledad de la coronaWhere stories live. Discover now