Capítulo Cuarenta y Uno

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James es el que se encarga de pedirle a uno de los guardaespaldas que arranque el coche e ir a una dirección. No sé cuál, porque no lo escucho, mi mente está en otro lugar ahora mismo, perdida entre mis propios pensamientos y repasando una y otra vez lo que ha ocurrido.

Mi madre ha vuelto a ganar, ha conseguido desestabilizarme con solo un par de frases y su mera presencia. Está desmejorada, o al menos el recuerdo que tengo de ella no era así, tampoco quiero pensar mucho en ello. Lo único que me interesa saber es si el motivo por el que he recorrido casi todo el país ha servido de algo, si con esta visita habré conseguido que deseche la idea de ir a la televisión a hablar de mí. Lo único que me consuela es que sé que James cuando volvamos a casa empezará a preparar la demanda, solo por si es necesario, y pondrá pequeñas cláusulas para protegerme, como siempre había hecho.

Suspiro y cierro los ojos mientras apoyo mejor la cabeza en el asiento, la había amenazado con quitarle todo, la primera vez que lo hacía. En otras ocasiones, James, porque yo así se lo había dicho, porque me negaba a hablar con ella y a verla, le había recordado que yo era el que mantenía su vida, que podía quitarle el dinero, sin usar la carta que tenía escondida.

Pero esta vez lo había hecho.

¿Por qué?

Ni yo mismo lo sé. Todo lo que se relaciona con mi progenitora no es algo que pueda pensar de forma lógica, y menos sin haber bebido varias copas.

—Hemos llegado —anuncia James. Observo por la ventana, abriendo los ojos, y veo que estamos delante de la casa familiar de los Watson—. No creo que sea lo mejor ir a un lugar público, no en tus condiciones.

—Estoy bien, solo necesito calmarme—intento convencerme más a mí mismo que a él.

—No estás bien —niega él con la voz tan firme que sé que no quiere que le rebata. Me mira de forma tan fija que por un momento creo que va a decir que me he equivocado en venir aquí, que no debería haberlo hecho, pero no es así, lo único que hace es darme un golpe en el hombre, con complicidad—. Vamos.

Estar en casa de los Watson siempre me genera emociones y nunca sé cómo catalogarlas. Hay recuerdos felices, los pocos que tengo de mi infancia y adolescencia, son siempre con ellos. Pero sin quererlo también pienso las veces que me refugié en estas paredes para huir de lo jodida que era mi vida.

—¿No les molestará a tus padres?

—Déjate de tonterías, Sebastian. —James va directo hacia el mueble bar y coge una de las botellas—. No hace falta que te diga el lugar en el que hay hielo y vasos. Todo sigue igual que siempre.

—¿Whisky?

—Que lo preguntes me ofende. —Se sienta en una de las butacas de la sala y cuando estoy a su lado, sirve una buena cantidad de alcohol—. Tengo tantas cosas que decirte...

La soledad de la coronaWhere stories live. Discover now