Capítulo Treinta y Nueve

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Mi relación con mi madre nunca había sido buena. Y si lo había sido alguna vez ya ni lo recordaba o no quería hacerlo, porque no me servía de nada pensar en el pasado. Creo que en mis primeros años de vida fuimos felices, es lo que ella siempre se encargaba de recordarme, que cuando papá estaba vivo todo iba bien.

Éramos una familia como cualquier otra, viviendo en una zona de la ciudad decente, un barrio familiar, con buenos vecinos, los Watson entre ellos, y otras personas que querían lo mismo que mis padres, empezar una nueva vida y ser felices.

Hasta que mi padre murió.

Era soldado del ejército y como muchos otros antes y después que él, murió estando de servicio, dejando una huella muy difícil de borrar. Desde ese momento todo cambió. Mi madre dejó de ser cariñosa y atenta, y se refugió en el alcohol para apaciguar su dolor.

No le reprocho la manera en la que afrontó la pérdida de mi padre, ni yo mismo sé cómo hubiera actuado de haber sido más mayor, seguramente hubiera hecho lo mismo, porque es lo que hago hoy en día, usar el alcohol, o mejor dicho el whisky, para ahogar mis penas y no sentir nada.

Pero lo que sí tengo derecho a reclamarle es que dejara de preocuparse por mí.

Le molestaba mi presencia, me chillaba por cualquier cosa y pagaba sus frustraciones conmigo, diciendo que yo era el culpable de todo lo malo que le ocurría. No me valoraba, para ella todo lo que hacía estaba mal y no paraba de repetirme que sería un fracasado en la vida, que no conseguiría nada de lo que me propusiera y que siempre sería la sombra de mi padre.

Al ser pequeño no entendía nada, solo quería su cariño como cualquier niño, pero ella me rehusaba, por lo que empecé a buscar ese afecto que me faltaba en los Watson. James y yo nos habíamos hecho amigos desde que nos conocimos y sus padres, que no eran ajenos a la situación que ocurría en mi casa, empezaron a tratarme con afecto y amor.

A cuanto más tiempo pasaba, mi madre iba a peor. Bebía cada vez más y pocas veces eran las que estaba sobria, se gastaba toda la pensión que recibíamos por la muerte de mi padre en sus vicios y caprichos, dejando una mínima parte para comida y otros gastos necesarios. Había aprendido a refugiarme con James y sus padres, pasando el menor tiempo posible en mi casa para evitar sus reproches, eran mi vía de escape.

Cuando ella se dio cuenta de lo que hacía, se molestó mucho, me reprochó que no la quería y que no estaba siendo un buen hijo, dejándola sola con todo su dolor y sufrimiento. Esa era una de las discusiones que tuve con ella que nunca se me iba a olvidar, porque con diez años no olvidas esas cosas. Al ver que no le hacía caso, que seguía yendo con los Watson, fue a reclamarles que dejaran de intentar robarle a su hijo, que era el único recuerdo que tenía de su marido y que no eran nadie para hacerlo, que ella era mi madre y que sabía lo que tenía que hacer conmigo.

La soledad de la coronaWhere stories live. Discover now