Capítulo Setenta y Cuatro

22.4K 2.4K 450
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.



No digo nada y dejo que sea James el que tome las decisiones y haga una valoración rápida de la situación.

En realidad es lo que ocurre siempre, él sabe lo que hacer en todo momento, es la cabeza pensante de ambos, el racional, esta vez no va a ser diferente, y menos estando como estoy, que soy incapaz de hacer nada útil que no sea pensar en lo gilipollas que he sido.

La he cagado mucho, creo que este es el peor error de mi vida, y si no lo es, entra en el grupo de los más grandes que he cometido. ¿Por qué no he podido callarme? O hablarlo con Lena sin decirle lo que llevaba en mi mente durante días.

¿Cómo se me ha ocurrido pedirle que renuncie al trono?

Es que soy estúpido. No sé en qué momento me había parecido una buena idea.

¿Es cierto lo que me ha dicho James? ¿Que me saboteo a mí mismo?

Puede que sea así, pero no tiene lógica, ¿por qué querría arrebatarme mi felicidad? Con Lena soy feliz, soy tan feliz...

O lo era, porque ya no estábamos juntos. Me había dejado, había puesto final a lo que teníamos por mi idiotez y mi petición absurda.

Había arruinado lo que hacía que fuese feliz.

Soy estúpido.

No hablo, no sé qué decir, James no me presiona, conduce en silencio hasta no sé dónde. Tampoco podría tener una conversación decente, solo puedo repetir en mi cabeza todo lo que ha pasado en la última hora.

He perdido a Lena; la he jodido pero bien con ella.

¿Podré recuperarla?

Siendo sincero, y conociéndola, no creo. Ella es de ser firme en sus decisiones, no se echa atrás ni se arrepiente de sus acciones.

Estoy casi seguro que es definitivo, que Lena y yo no estaremos de nuevo juntos de forma romántica. Espero, al menos, que con el tiempo podamos ser amigos.

—Mañana volveremos a Los Ángeles —anuncia James—. Voy a empezar a preparar el viaje de vuelta.

—¿Dónde estamos yendo?

—A un hotel, me he encargado de reservar una suite para que pasemos la noche.

—Tan previsor como siempre —murmuro, cierro los ojos y me apoyo mejor en el reposacabezas de mi asiento—. Me he equivocado, James. La he cagado tanto...

—No te tortures más con ello.

—Pides un imposible —suspiro—. No puedo pensar en otra cosa, James.

No digo nada más hasta que llegamos a la habitación del hotel en el sitio más cercano que no es Estocolmo, no quiero ir a la capital. Es una suerte que no me haya reconocido nadie, no necesito una atención que no quiero.

La soledad de la coronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora