Capítulo Cuarenta y Tres

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Ni yo mismo sé el motivo por el que la estoy besando.

Es decir, quería hacerlo. Joder, claro que quería. Lena me gusta, y no solo hablo de una simple atracción física, que también la hay. Para no haberla, la princesa es una absoluta preciosidad que había llamado mi atención desde el primer momento que la vi. Me gusta porque he visto cómo es, su personalidad. Cuando la conoces te atrapa, o al menos a mí.

Claro que quería besarla y quiero hacerlo, sus labios carnosos son una tentación constante que había resistido desde que la había conocido.

El problema está en que sé lo que va a suceder después de este arrebato de impulsividad que he tenido: el rechazo.

Sé lo que hará Lena, se apartará, gritará, se quejará e incluso va a reprocharme todo lo que se le ocurra en ese momento, porque va a ser así, la conozco. Y eso va a suponer un punto y aparte en nuestra relación de amistad. No seré capaz de soportar verla después de que me haya dicho de forma directa que no me ve del mismo modo y ella solo verá que la besé sin que ella quisiera. De una forma u otra salgo perdiendo.

Decido de forma rápida, no sin antes pasar mi lengua por su labio inferior, porque ya que estoy besándola, aprovecho, que voy a apartarme.

Sin embargo, por un momento, ella me devuelve el beso y lo disfruto.

Joder, no me lo esperaba. Parece irreal, ¿Lena está pensando? Definitivamente no, por eso debe estar besándome. Quizá se está dejando llevar, pero no es su estilo, o quizá no se ha podido resistir a lo bien que beso.

A los pocos segundos ella se separa de mí, parpadea de forma repetida, como si estuviera asimilando lo que acaba de ocurrir y pregunta.

—¿Sebastian?

Me disculpo, porque supongo que es lo que espera, aunque no lo siento así. No me arrepiento de haberla besado, sí de haberlo hecho de forma tan impulsiva y haberla dejado tan sorprendida, porque no es lo correcto. Es gracioso mirarla, está sin saber qué hacer o decir.

Necesito whisky, porque sé lo que va a venir, necesito estar preparado. Va a rechazarme.

Bebo el primer sorbo y le soy sincero, no tengo una razón lógica para haberla besado, lo he hecho porque he querido, porque me gusta. Maldición, no puedo decirle eso, así que soy escueto, es lo mejor. A menos palabras, menos posibilidades de cagarla.

—Bien —susurra—. Está bien.

No entiendo nada. ¿Por qué no chilla? ¿Por qué no me reprocha nada? Así que se lo pregunto y su respuesta vuelve a dejarme sorprendido.

¿Qué le pasa?

Está tan tranquila que no parece ella. Entonces lo entiendo. Su fachada está intentando aparentar que está bien.

La soledad de la coronaWhere stories live. Discover now