Capítulo 11

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La señal que esperaba llegó ese viernes, aunque Adrian apareció primero

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La señal que esperaba llegó ese viernes, aunque Adrian apareció primero. Yo misma le abrí la puerta.

—Elias no está —expliqué, sabiendo que si venía de visita a mi casa, no era para verme a mí.

—Lo sé —dijo—. Nos juntamos en una hora más.

Adrian pasó por mí lado, sin esperar invitación. Se sentó en el sofá sin pedir permiso y sencillamente se quedó ahí.

—¿Y por qué llegaste tan temprano? —pregunté, suponiendo qué nadie es tan obsesivo con la puntualidad.

—No tenía nada mejor que hacer —contestó, encogiéndose de hombros.

Me acerqué al sillón y me lo quedé viendo, sin entender.

—¿O sea que solo vas a quedarte aquí esperando a que mi hermano llegue? —inquirí.

—Así es.

Sus respuestas sonaban tan tranquilas y simples que asustaban.

Me imaginé que éste era un buen momento para conversar y quizás conocernos mejor. O al menos esa era la reacción lógica y esperable, considerando que ya nos habíamos topado un par de veces y no éramos unos completos desconocidos.

Podía ofrecerle un café, o un vaso de agua, mostrarle la casa, el patio, hablar de lo estúpido que es mi hermano, pero no supe cómo iniciar ninguno de esos temas, y él solo guardó silencio.

"Vamos, Syb. Socializa", me dije.

—Bueno, que te diviertas —hablé, antes de abandonar el recibidor.

Y por esto, damas y caballeros, no tengo amigos.

Estaba en mitad de la escalera, cuando un grito proveniente de la entrada me hizo detenerme. Seguido de unos ladridos.

Regresé y encontré al pobre de Adrian siendo atacado por la lengua de Wesen. En vez de ayudarlo, me quedé observando la escena con diversión.

—Besado por un perro, que asco —reclamó.

—Le caes bien —señalé.

—No es mutuo. —Wesen ladró en respuesta. Adrian la miró con odio—. Barboso —masculló.

Mi mascota se bajó del sofá y comenzó a dar vueltas en círculos.

—Quiere jugar —deduje.

—Pues encárgate —exigió.

Fui por su correa, que se encontraba colgada cerca de la entrada.

—La sacaré a pasear, ¿vienes? —inquirí.

—No —contestó rápidamente.

Enarqué una ceja.

—¿En serio prefieres quedarte una hora ahí sentado? —cuestioné. El compañero de mi hermano se encogió de hombros. —No puedo dejarte solo en casa. —Antes que pudiera responder, Wesen volvió a saltar sobre él—. Y si no la saco, su lengua seguirá atacándote.

El deseo de AfroditaWhere stories live. Discover now