Capítulo 33

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Me levanté temprano para cepillar el cabello de mi regalona, antes de sacarla a pasear

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Me levanté temprano para cepillar el cabello de mi regalona, antes de sacarla a pasear. Sabía que iba a ensuciarse, pero también lo pasaríamos bien.

Estaba terminando de arreglarla, cuando el timbre sonó y se escapó para poder ladrar al recién llegado.

Abrí la puerta, esquivando los saltos locos de una perra chiflada.

—¡Hola, Syb! —dijo Max, dejándome sin respuesta.

Él mismo tuvo que abrirse camino, a tropiezos y cerrar la puerta, para que nadie se escapara corriendo a la calle.

—Iré con Elías —avisó, pasando de largo.

—Ah...

Me demoré aproximadamente dos minutos en reaccionar, mientras Wessen ladraba como si estuviera pidiendo una ambulancia.

—Tranquila —le dije, ajustando su correa —. Que tonta soy—mascullé.

Por supuesto que yo era una dueña responsable, y tenía listo su arnés en el asiento trasero, para poder transportarla cómoda y segura.

Ella conocía bien su lugar, era muy lista e inteligente. Se quedó quieta mientras la aseguraba y no me despegó la vista de encima, hasta que estuve en el asiento de conductora.

Usé el control para abrir la puerta de la cochera y salimos en dirección a la casa de Adrian.

Aparqué afuera, e iba a coger mi teléfono para anunciar mi llegada, cuando me di cuenta que había una mujer asomada por la ventana. Ella me sonrió apenas hicimos contacto visual.

Supuse que era su madre, se le parecía físicamente, pero tenían un carácter muy diferente.

Salió de casa y no me quedó de otra más que decirle a Wessen que se quedara quieta mientras yo iba a saludar.

—¡Hola! ¿Viniste por Adrian? —preguntó, recibiéndome en la puerta. Yo asentí—. ¿Fuiste quién lo trajo a casa anoche? —Volví a asentir—. ¡Muchas gracias! Él es muy independiente, pero...

El tema de conversación salió de su casa e interrumpió a su madre.

—Bien, nos vemos, mamá —dijo, caminando rumbo a mi auto—. Hola Syb. ¿Qué tal, Babosa?

Wessen ladró.

A su madre no pareció importarle su reacción. Se despidió de mí, con un cariño que me resultó incluso acogedor, como si pudiera llegar sin invitación a tomar el té, algún día.

Apenas Adrian estuvo en el asiento de copiloto, Wessen comenzó a ladrar, y a moverse como chiflada, buscando llamar la atención.

—Te dije que le caes bien —comenté.

Adrian subió el volumen de la radio, y ella ladró más fuerte.

Así, se fue todo el camino, fastidiando a una perra, mientras yo conducía.

El deseo de AfroditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora