Capítulo 37

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Me encerré en mi cuarto y ahogué un grito con la almohada

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Me encerré en mi cuarto y ahogué un grito con la almohada.

Ya no era la única persona en esta casa que tenía un trato con un dios griego, y a decir verdad, odiaba que Elías se estuviera inmiscuyéndose tanto en un asunto que sólo era mío.

Tomé aire e hice un esfuerzo por apagar la caldera ardiente que tenía en la cabeza, para poder pensar.

Eros, ese dios que aún no comprendía qué pintaba en este asunto, y no obstante insistía en cruzarse en cada paso que daba.

Me levanté de la cama y comencé a dar vueltas como león enjaulado.

Estaba cada vez más convencida de que él era una pieza clave en el acertijo, pero no lo entendía.

Se me había aparecido justo después de conocer a Afrodita, luego había intentado disfrazarse, no se separaba de Adrián y ahora, se le aparecía a mi estúpido hermano para ofrecerle su ayuda.

Pero su ayuda ponía en riesgo mi parte del trato.

¿Acaso era Max el objetivo de Afrodita?

No, eso no podía ser, pues ella misma me había dicho que este chico no podía ser amado, lo que no tenía lógica, si considerábamos que Max tenía a dos hermanos peleándose por él.

Me detuve frente al espejo, y retrocedí.  En realidad no me perjudicaba a mí, sino que arruinaba el premio de Afrodita, el queso que le había ofrecido a este ratón fácil de deslumbrar.

No sabía que le había pedido a Elías hacer, pero si mi estúpido hermano lograba completar su misión, antes que yo la mía, Sabrina perdería toda oportunidad con Max. 

Salí corriendo de mi habitación y entré a la de Elías, sin pedir permiso.

—¿Qué te ha pedido Eros? —pregunté abruptamente.

—¿Quién pregunta? —inquirió.

—¡Pues yo! —grité.

—Ah... —dijo, como si comprendiera algo muy importante—.  No te voy a decir.

—¿Qué? —interrogué, furiosa—. ¿Por qué?

—Porque conozco esa cabeza tuya y sé que en cuanto lo sepas harás imposible mi tarea, y no te dejaré echarlo a perder.

—¿Yo? ¿De qué hablas?

—Sé que piensas que soy un idiota, pero yo no te voy a subestimar, pequeña rata de biblioteca, sé que eres capaz de echar a perder mi plan incluso antes de que se me ocurra —reclamó.

—Alagarme ahora no te servirá de nada —bufé, y entonces reparé en el libro que estaba en sus manos—.  ¡Hey! Eso es mío.

Me acerqué a la cama y se lo arrebaté de las manos.

El deseo de AfroditaWhere stories live. Discover now