Capítulo 39

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Estaba cambiando mi ropa de calle por el aburrido uniforme del Oráculo, cuando Betzy entró tociendo como si se hubiera tragado un insecto

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Estaba cambiando mi ropa de calle por el aburrido uniforme del Oráculo, cuando Betzy entró tociendo como si se hubiera tragado un insecto.

—¿Estas bien? —pregunté.

Sdi —respondió, gangosa.

Fruncí el ceño, sin creerle nada.

—No deberías trabajar si te sientes mal —acusé.

Edtoy pedfecta —repuso.

Ocupamos nuestros puestos de trabajo, pero cada vez que la veía limpiarse la nariz o la escuchaba estornudar, mis nervios se erizaban.

—Bien, Betzy, debes irte a casa —declaré, antes de que pasara la primera hora del turno.

Doh —alegó—.  Ndo voy a dejadte sola.

—Oh, mi super heroína. —Me mofé—. Si sigues aquí vas a contagiar a todos los clientes, así que ve a casa, acuéstate y la próxima vez que te vea te quiero sana.

Betzy puso mala cara.

Ed jefe nod viene hoy, ndo voy a dejadte sola.

—¡Nada! —exclamé—.  Yo me encargo.  De seguro prefiere que te largues antes de que nos clausuren por falta de salubridad.

Nuestro supervisor ese día nos había avisado que no iría, ya que le había surgido una urgencia que no compartió con nosotras.  Era noble que Betzy quisiera quedarse para que no estuviera sola, pero no estaba en condiciones de cumplir con tal nobleza.

El cliente que se encontraba frente a la caja, carraspeó para llamar nuestra atención.

Me giré y encontré a Adrián, luciendo la caratula de The Phantom Agony de Epica.

Empujé a Betzy lejos de la caja y tomé su pedido, el de siempre.

Betzy hizo caso y se largó, de mala gana.

Estaba pálida y cuando toqué su frente, ardía en fiebre.  Me preocupaba que volviera a casa, sola, y en ese estado.

Adrián me leyó los pensamientos.

—Puedo llevarla —propuso.

—¿En tu moto? —interrogué.

—Es lo que hay.

Imaginé a Betzy mareada y más enferma aún.

—Te presto mi auto —ofrecí, entregándole las llaves—.  Esta estacionado a dos calles.

Adrián sonrió.

—Es imposible negarse —dijo, y pude ver un destello de codicia en sus ojos.

Sí, a decir verdad, nadie podía resistirse a ese cacharro, último modelo.

Me quedé sola en el café, intentado salvarlo.  Tenía que juntar suficientes clientes en la caja para tomar sus órdenes y recibir el dinero, luego lavarme las manos y preparar los pedidos, para repetir el ciclo otra vez.

El deseo de AfroditaWhere stories live. Discover now