Capítulo 72

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Al día siguiente tuvimos que trabajar, o bueno, eso hicieron quienes pudieron. No fue mi caso, las criaturas se me escapaban, no tenía suficiente fuerza para sujetarlos, no sabía nada sobre el cuidado de animales, ni mucho menos de cómo administrar sus medicamentos. Me cansaba fácil, mi piel se marcaba de moretones con facilidad y al final, acabé recogiendo los huevos de las gallinas.

Aún así, el campo era una experiencia gratificante.

Alejarse de la ciudad, respirar un nuevo aire, despejar la mente y admirar el paisaje. Eran placeres que no podías encontrar en todas partes. Era como trasladarse a una nueva dimensión, al menos por un par de horas.

Apolo y Eros nos acompañaron todo el día, aunque ellos se limitaron a jugar en lugar de ser útiles. Andaban lanzando flechitas por todos lados y la mayoría de los mortales teníamos miedo de que erraran un tiro.

Liz los amenazó varias veces, pero ellos no desistieron.

Adrian tampoco era de mucha ayuda, y eso que yo lo creía un hombre trabajador y esforzado, pero a decir verdad, prefería estar dos pasos detrás de mí, por si sucedía algo.

No me gustaba que me hiciera sentir frágil. Es decir, agradecía su preocupación, pero a la vez, no me permitía hacer a un lado la enfermedad, ignorarla como si no existiera.

Prefería solo no pensar que mi destino era ineludible.

—No quiero pensar que estoy enferma —dije al fin.

—No lo hagas —contestó, como si fuera tan simple.

—No puedo —alegué—. Me lo recuerdas, tu actitud es... Es como si en cualquier momento...

Adrian hizo una mueca.

—No puedo dejar de pensar en eso —repuso—. No es fácil para mí.

—¿Y crees que para mí sí? Mi madre me dio sus últimos años de vida, ¿para qué? Para que tiempo después un dios de por ahí me dijera que voy a morir —alegué—. No es sencillo, no es nada sencillo.

—Yo he estado toda mi vida luchando contra una maldición de mierda, y cuando por fin voy a romperla, resulta que no, que no es tan fácil, que la persona con la que pensaba ser feliz se va a ir, y no puedo hacer nada contra eso.

—¡Yo tampoco! —exclamé—. Mejor mi madre se hubiera quedado con sus preciados años de vida, ¿sabes? Al menos nos hubiéramos ido juntas.

—Existen tratamientos.

—¡Y es inútil! —arremetí—. Ya sé que Hades me llevará, no puedo tener más años que los que me dieron.

—¡Ni siquiera quieres intentarlo!

—¡No quiero pasar por ese horrible proceso para nada!

—Podrías vencerlo...

—¡No! No quiero encerrarme en una habitación de hospital, y que el resto del mundo venga a despedirse y mirarme con lastima, mientras mi cabello se cae, mi cuerpo se debilita y cada día me siento peor. Quiero tener dignidad, y disfrutar mis días.

—No estas haciendo nada —repitió, manteniendo la calma—. Solo te estas dejando morir.

Adrian cerró los ojos. Era un experto en el dominio de sus emociones, lo que en realidad, hacía imposible comenzar una pelea con él, solo que esta vez le estaba costando un poco más.

—¿Quién se está muriendo? —Fran entró al granero, y lanzó su pregunta como si fuera una granada.

Adrian abrió sus ojos en su dirección, y sin mirarme, pasó por su lado, abandonado el granero.

El deseo de AfroditaWhere stories live. Discover now