Capítulo 31

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El despertador sonó demasiado temprano al día siguiente

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El despertador sonó demasiado temprano al día siguiente. En realidad, era la misma hora de siempre, sólo que después de una noche muy intensa.

Llevar una doble vida estaba resultando extremadamente agotador.

Era sábado de salsa. Mi abuela amaba la salsa. Cuenta la leyenda que la bailó durante su boda con mi fallecido abuelo, y ahora, su locura la había llevado a instaurar una tradición que los dueños del asilo habían recibido bien.

¿Cómo es que una mujer tan alegre había acabado con una nieta como yo? Evidentemente, sus genes no eran los dominantes.

Papá llegó justo cuando yo iba saliendo.

—¡Sybbie! —exclamó, como si le sorprendiera verme en mi propia casa.

—¿Qué tal todo? —pregunté, tratando de parecer casual.

Mi padre parpadeó.

—Bien. —Guardó silencio, dudando—. Anoche...

—Elias espantó un ratón —le corté, tomando las llaves de mi coche—. Creo que es primera vez que lo veo hacer algo tan valiente.

Parecía que le importaba demasiado lo que pensara de sus aventuras, y yo no era lo suficientemente honesta como para decirle en su cara que me importaba muy poco lo que hiciera con su vida. Es más, después de conocer a Jena, no lo creía capaz de presentarme a nadie peor. Quizás incluso hasta le agradecería una nueva madrastra.

—¿Un ratón? Que extraño, quizás tengamos que llamar a control de plagas.

—Jena se hizo cargo —avisé.

Asintió en respuesta.

—¿Dónde vas tan temprano en sábado? —inquirió.

—Al asilo —espeté. Sabía que no era un tema agradable para nadie en esta casa, pero en este caso, no me importaba decirlo.

Su reacción no fue la esperada. Creí que iba a evadir el asunto, igual que siempre, pero por el contrario, su rostro se iluminó.

—Cierto, es sábado de salsa —dijo—. ¿Has aprendido a bailar? A tu madre le encantaba.

De pronto, ya no tenía ni prisa ni sueño, sólo curiosidad. La mayor parte de las cosas que sabía sobre mi mamá las había escuchado de mi abuela, nunca de él.

—¿De verdad? —pregunté, interesada.

—Aprendí por ella —recordó—, hizo clases mientras estudiaba su licenciatura. Fue mi primer platónico.

—Pero te la cogiste —repuse, señalando a la hermosa consecuencia, o sea, yo.

Mi papá ni siquiera se inmutó.

—Los amores de la juventud no se olvidan. Tu madre tenía siete años más que yo, ¿sabías? —preguntó.

Claro que lo sabía, pero no porque me lo hubieran contado, sino que una vez, cuando niña se me ocurrió sacar la cuenta de cuántos años de diferencia tenían mis padres. Quedé tan impactada que tuve que buscar sus respectivos certificados de nacimiento para convencerme.

El deseo de AfroditaWhere stories live. Discover now