Capítulo 30

6.7K 1.1K 397
                                    

—Fui a dejar a Florencia a su casa —explicó

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Fui a dejar a Florencia a su casa —explicó.

—¿En serio? —pregunté sorprendida.

—Oye, no es nada tan raro como lo que tú acabas de hacer —replicó.

Mal momento para que Elías se le ocurrieran respuestas inteligentes.

Sin responder, pasé por su lado, y aprovechando que la impresión lo tomó por sorpresa, abrí la puerta y me senté en el asiento de copiloto.

—¿Por qué no lo hablamos en casa? —propuse, encerrándome en el coche.

—Pero no entiendo...

—¡Tengo frío! ¿ya? —exclamé—. ¿Podemos hablar sin miedo a que nos asalten en plena calle?

Al parecer, la consigna de mi día iba a ser esquivar las situaciones incómodas.

Elias obedeció y subió a su auto. Abrió el portón corredizo con el control remoto y entramos en nuestro condominio. Creí que el trayecto me daría al menos unos minutos para pensar en cómo iba a explicar que no estaba poseída por el diablo o algo parecido. ¿Habría alguna posibilidad de convencerlo de que todo fue un producto de su imaginación? ¿Alucinaciones? ¿La oscuridad lo hizo ver mal? ¿Contaminación lumínica?

Cualquier cosa sonaba mejor que "dioses griegos".

La ansiedad me consumió y mi corazón latía con más fuerza a medida que nos acercábamos a nuestro garage.

Elias entró el auto mecánicamente. Su rostro no expresaba ninguna emoción, no había sorpresa, ni enojo, nada. Era un robot conduciendo. Pensé en Adrian, incluso él era capaz de mostrar más emoción.

Se detuvo, apagó el motor, y con esa misma expresión taciturna se giró a verme.

Estaba esperando que yo hablara, de seguro ni siquiera sabía cómo plantear la pregunta que lo atormentaba.

Este sería un buen momento para que se desmallara por la conmoción y no despertara hasta el día siguiente, cuando pudiera fingir que todo fue un sueño.

Pero no fue así.

Y entonces dije lo primero que se me vino a la mente.

—Quería vengarme —dije.

—¿Qué? —inquirió.

—Tú, Elias, tu madre, tus amigos, todos, siempre se burlan de mí —profesé.

—Espera, ¿seguimos hablando de que pasaste de estar super buena a ser un garbanzo? —inquirió.

—¡Sí! —exclamé—. Y creí que Sabrina te caía mal.

—Llámalo instinto... —dijo, antes de golpear su frente contra el volante—. Debo estar en una pesadilla. —Giró su cabeza, sin dejar de apoyarse—. ¿Quieres explicarme qué brujería hiciste? ¿A quién llamaste? ¡Santo cielo! Si todo esto no fuera tan raro te pediría su número para un amarre.

El deseo de AfroditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora