Capítulo 32

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Conduje sin ganas al trabajo, me estacioné en un puesto que encontré libre en la misma manzana en que se encontraba el café

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Conduje sin ganas al trabajo, me estacioné en un puesto que encontré libre en la misma manzana en que se encontraba el café.

—Para esto sí me sonríes. —Maldije mi suerte.

Me quedé unos minutos sentada, mirando a la gente caminando por la vereda, para cuestionarme todo lo que había hecho en la vida, o al menos, los últimos días. Al final había llegado con tiempo de sobra, por andar refrescando neuronas.

Golpeé mi frente contra el volante, tomé aire y me bajé del auto.

—No volverás a cagarla —me dije, me advertí y me supliqué.

Tomé mi bolso que contenía mi uniforme y me dirigí al café, fingiendo que todo estaba bien en mi vida.

Pasé de largo a los vestidores, sin saludar a los colegas que habían trabajado durante la mañana, y cuyo turno estaba próximo a terminar.

Me vestí, y mientras amarraba mi cabello, Betzy ingresó en el camarín.

—Dime que ese que está afuera es tu bebé —dijo, emocionada.

Justo cuando tenía ganas de hablar de partos, nacimientos y esas cosas.

—No traje a Wessen, si es lo que quieres saber —repliqué.

—¿Quién es Wessen? —preguntó.

—La golden retriever más linda del planeta y la galaxia —contesté con orgullo. Una sonrisa irónica se extendió por el rostro de Betzy—. ¿Qué? Es hermosa.

—Muéstrame una foto.

Aunque había pasado una mañana terrible, hablar de Wessen me animaba, así que cedí a su petición y acabamos hablando de ella por todo el tiempo que nos quedaba antes de empezar a trabajar.

Despedimos al turno anterior, y nos instalamos en nuestros puestos.

—Ps...—murmuró Betzy desde la caja. La miré—. Llévame a tu casa, en el bebé que tiene ruedas.

Rodé los ojos y sonreí, mientras molía el café.

Adrian se apareció al poco antes de cerrar, como siempre. Esta vez, traía una camiseta de No Doubt.

La rutina me estaba ayudando a dejar atrás lo que había sucedido en el asilo. No lo olvidaba, sino que me daba la sensación de que había ocurrido días atrás y no esa misma mañana, lo que me ayudaba a superarlo.

Llamé a la agrupación de turno, y le entregué su pedido, siguiendo la tradición.

No dijo nada, ni un "gracias", y la línea en su boca tampoco desapareció. El único gesto estuvo en su mirada, que me inspiró una sonrisa.

Cuando me giré, encontré a Betzy mirándome con picardía.

—¿Cuándo le dirás que te gusta? —murmuró.

El deseo de AfroditaWhere stories live. Discover now