Capítulo 22

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Pasó una semana y el dichoso planetario no estaba ni cerca de estar listo, pero al menos los artesanos habían mejorado, todos a distintos niveles

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Pasó una semana y el dichoso planetario no estaba ni cerca de estar listo, pero al menos los artesanos habían mejorado, todos a distintos niveles. La galleta cruda de Henry, ahora estaba horneada, solo que alguien había mordido algunas puntas. El balón de futbol americano de Agustín, ahora era un balón de basquetbol, y Liz... bueno, ella había convencido a Peter de ayudarnos, y él había aprendido a hacer figuritas de monos y ni una maldita estrella.

No tenía razones para odiarlos, pero tampoco para quererlos demasiado.

Por un lado, quería terminar luego con todo, y estaba más que dispuesto a echarles de mi casa si era necesario, aunque eso significara quedarme sin planetario. De todos modos, iba a ser una mierda, ninguno tenía habilidad e iba a quedar horrible. Tampoco es que los necesitara, podía hacerlo yo mismo. Sin embargo, tampoco quería hacerlo solo.

En realidad, me costaba bastante ponerme de acuerdo conmigo mismo. No estaba seguro de nada, y eso, le daba la razón a Liz.

Ella podía ser un desastre para los trabajos manuales, pero Atenea no se equivocaba cuando dijo que tenía un alma sabia. En cualquier caso, no imaginaba otro modo de salir ilesa de su obsesión con los dioses griegos.

Tenía que hablar seriamente con mi conciencia y llegar a un acuerdo con el resto de mis sentidos, mis emociones y toda esa parafernalia emocional.

Pero, entonces, ¿qué me preocupaba? Toda mi vida me la pasé pensando en cómo romper la estúpida maldición, pensando que quizás eso me daría una mejor vida, un ambiente menos frívolo en casa, un padre menos ausente, una madre que coqueteara menos con cada Dios que se cruzara por nuestra puerta.

Deseaba cambiar tantas cosas, y estaba convencido que todo mejoraría si la maldición desaparecía. Pero, ¡hey! A la vida le encanta dar sorpresas. Jamás había estado tan cerca de romper los designios de Afrodita, pero probablemente ninguno de los sueños que tenía cuando niño iban a cumplirse.

Estacioné mi moto en el aparcamiento de la universidad, felicitándome por mis buenos reflejos, que evitaron accidentes a pesar de ir distraído conduciendo.

No puedo negar que ser descendiente de los dioses tenía sus ventajas.

Iba llegando a la facultad cuando una voz me sobresaltó.

—¡Adrian! —Escuché mi nombre, pero cuando me giré, no distinguí a nadie conocido. Volví a darme la vuelta, pero el ente desconocido insistió—. ¡Hey!

Una chica rubia, se me acercó, y me pregunté qué la hacía tan feliz.

La ignoré y continué mi camino.

—¡Oye! ¿Qué te pasa? –preguntó, como si realmente mi actitud la confundiera.

Le dirigí una mirada poco amigable.

—No tengo por costumbre hablar con desconocidas.

Su expresión incluso consiguió que dudara, y acabé repasando mentalmente todas las personas que conocía. No era una lista muy larga.

El deseo de AfroditaWhere stories live. Discover now