Capítulo 12

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Llegamos a casa y Adrian fue feliz de soltar por fin a Wesen. Ella se lo había pasado muy bien empujándolo por todo el barrio, pero Adrian no lo había disfrutado tanto.

Max y Elias se encontraban trabajando en el informe para su clase, al vernos llegar, sus reacciones fueron totalmente opuestas.

—¿Dónde estaban? —preguntó mi hermano, con tono de sospecha.

—Salimos a pasear a Wesen —expliqué, colgando la correa en su lugar.

Sus ojos se abrieron con sorpresa, pero antes de poder agregar algo más, Wesen se acercó a saludarle, saltando sobre sus cuatro patas para alcanzar a lamerle el rostro.

—Quítate, Wessy, no olvido que me debes un computador —reclamó.

Dejó a Elias y se acercó a saludar a Max, de la misma manera amistosa.

—Que agradable verte, Wessy —dijo.

Mi hermano se acercó a ella e intentó sacarla de la sala.

—Vamos, Wessy vete, tenemos que trabajar —ordenó. Sin embargo, no le hizo el menor caso.

—¿Qué? Creí que era miembro del grupo —respondí, con fingido asombro.

Elias ignoró mi broma y continuó intentando razonar con un animal.

—Hazme caso, sal de aquí —dijo, y luego agregó con frustración—: No entiendo por qué no me obedece.

—Porque no la llamas por su nombre —expliqué—. A ver, Wesen, ven acá.

Inmediatamente, mi amiga obedeció y saltó sobre sus cuatro patas a encontrarme.

—Wesen no le queda —reclamó Elias.

—Le van a crear una crisis de identidad con tanto nombre —comentó Adrian.

—Mira quién habla —acusé.

—Era en tu defensa.

—Bien, Adrian tiene razón, y hasta donde sé, no hay muchos psicólogos caninos, así que dejen de confundirla —dije.

Entonces, escuché el taconeo de mi querida madrastra acercarse a mis espaldas. La diversión estaba por acabarse.

—¡Adrian, llegaste! Los chicos estaban preocupados porque no te aparecías —saludó.

—¿Y dejarlos a los dos solos haciendo el trabajo? —inquirió—. Tentador, pero no arriesgaré mi calificación.

Jenna le sonrió.

—Tienes razón, la responsabilidad es una virtud —dijo—. Sybilla, ¿por qué trajiste a Wessy? Desconcentras a los muchachos.

Si las miradas mataran, a mi madrastra le habría dado un infarto en ese mismo instante.

El deseo de AfroditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora