Capítulo 41

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Efectivamente, luego de que Artemisa quitara la flecha, todo se sintió distinto, como si me hubieran colocado en un nuevo cuerpo

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Efectivamente, luego de que Artemisa quitara la flecha, todo se sintió distinto, como si me hubieran colocado en un nuevo cuerpo.

Tenía ganas de hacer muchas cosas, y disfrutaba con mayor intensidad las que de por sí solía hacer.

Me fui a casa totalmente confundida, considerando la idea de tomar nota de todas las preguntas sin resolver todavía.  Es que eran tantas que tenía saltarme una.

Cuando llegué, Elías me atacó en la entrada, y está vez no me enojé, sino que reí y le pregunté si acaso quería quitarle el título de perro de la casa a Wessen.

Por supuesto que ella gruñó, y yo me agaché a acariciar su cabeza.

—Claro que tu eres más efectiva.  —Le dije, acariciando su pelaje.

Elías se quedó en silencio.

—Si vas a hacerle la competencia a Wessen, por lo menos podrías aprovechar tu ventaja biológica y esperarme con un café o algo de comer —alegué.

Mi hermano me observó con curiosidad.

—¿Te sientes bien? —preguntó—. Actúas rara.

A decir verdad, me sentía un poco más ligera de carácter.

—Tú también has estado actuando raro últimamente, parece que te estuvieran pagando por espiarme —respondí.

Hizo una mueca.

—No exactamente así.

Me detuve ahí.

No exactamente, significaba en otras palabras que tenía otro incentivo distinto del dinero.

—¡Eso te pidió Eros! —acusé.

—Ah... No —dijo.

No era para nada convincente.

—Maldito —mascullé, siguiendo de largo hacia mí cuarto—. Maldito, maldito, maldito...

Subí a mi cuarto, con Wessen pisándome los talones, tuve que esperar a que ella entrara antes de cerrar la puerta y tirarme en la cama.

Sus ojos de cachorra me quedaron viendo, y no tuve el valor de proferir ninguna mala palabra frente a ella.

Primero intenté calmarme, y luego, me puse a jugar con ella.

—Mañana es día de salsa —le conté, con melancolía—. No he visto a mi abuela desde ese día que se descompensó por mi culpa.  Será un poco incómodo, y encima, llevaré a Adrián.

Mordí mi labio.  Wessen bajó sus orejas y emitió un sonido lastimero, como si de verdad pudiera sentir mi preocupación.

—¿Crees que sea muy tarde para llamar a Adrián y cancelar? —pregunté—.  Podría decirle que me siento enferma.

El deseo de AfroditaWhere stories live. Discover now