Capítulo 34

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Me despierto sobre un montón de apuntes de física, que para mi mala suerte, están 

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Me despierto sobre un montón de apuntes de física, que para mi mala suerte, están 

Me despierto sobre un montón de apuntes de física, que para mi mala suerte, están completamente babeados.

Mientras ordenaba, volvía a preguntarme cuánto tiempo más podría seguir con mi doble vida. ¿Por qué Afrodita no me decía de una vez a quién había que romperle el corazón y ya?

Mi estómago gruñó, como si estuviera respondiéndome.

De acuerdo. No se puede pensar con el estómago vacío, dicen por ahí.

Bajé las escaleras y de camino a la cocina descubrí que no tenía la casa solo para mí.

En la mesa del comedor - la que convenientemente era la más grande de la casa-, estaban Adrián, Máx y Elías, tratando de hacer algo que parecía una maqueta.

—¿Cuál es el fetiche de su profesor con los trabajos en grupo? —inquirí, sorprendida.

—Tiene un cliché —respondió Adrian—. Ni siquiera nos junta por afinidad.

Elías elevó la vista.

—¿Tú crees? —le preguntó.

—Sí, me siento como el mal tercio —dijo, con esa honestidad tan característica de él.

Elias rió.

—Yo diría que el mal tercio es alguien más —dijo.

Rodé mis ojos. El mensaje me había llegado en un doble sentido.

No dije nada, solo me dirigí a la puerta del patio trasero y dejé que mi adorable mascota entrara en la sala.

En cuanto vio la oportunidad, Wessen se echó a correr dentro de la casa, saltando y ladrando de alegría. Era una criatura inteligente, no me atacó a mí, sino al trío que se encontraba agazapado sobre la mesa del recibidor, poniendo en riesgo la maqueta en la que habían trabajado toda la tarde.

—¡Wessy no!—exclamó Elias, pero ya era demasiado tarde. La cachorra tomó en su hocico una de las columnas que sostenían el edificio a escala y se lo llevó, para enterrarlo en el jardín, seguramente.

—Ahí tienes tu mal tercio —espeté.

Pasé a la cocina, sin pedir permiso, vanagloriandome de mi victoria.

Calenté algo de comida, aunque me comí la mitad mientras la preparaba. Regresé a mi cuarto con lo que dejé y comí en solitario. Luego, continué repasando mis apuntes, hasta que fue la hora de partir.

Elias me esperaba en la cocina, para interceptarme apenas entrara con los trastes sucios.

—¡Teniamos un trato! —alegó.

—¿Y eso qué? No acordamos ser amables el uno con el otro, y te recuerdo que el primer ataque lo lanzaste tu —repuse.

Juntarme tanto con Afrodita me estaba afectando, de pronto era una experta buscando resquisios en los acuerdos.

Su rostro se llenó de rabia.

—Arruinaste nuestro proyecto, ahora Max se lo llevó a su casa, tendremos que juntarnos allá a arreglarlo y terminarlo antes de la fecha de entrega —reclamó—. Y lo peor, es que ninguno te culpa a ti, sino que ambos me regañan a mí.

—Porque tú lanzaste la primera piedra, Elias, sé un poco auto crítico. No todas tus bromas son agradables, no todo lo que dices es gracioso, y sobre todo, no siempre tienes la razón —acusé.

Sin embargo, lejos de hacerlo razonar, mis palabras lo enfurecían aún más.

—Te voy a decir algo en lo que tengo razón: lo único bueno de haberte traído a esta casa, es que papá ya no tiene que pagarte pensión de alimentos —dijo.

No me dolió, me sorprendió, que son dos reacciones muy distintas.

Quizás me habría herido, si hubiera encontrado algo de razón en lo que decía, pero era una ofensa basada en la rabia. Su único deseo era hacerme daño, y por eso, me impresionaba.

—Bien, en ese caso, me toca a mí decir dos cosas en las que tengo razón —dije—. Primero, papá me tiene aquí porque es su obligación de padre, y si no fuera así, también sería su deber pagar mi pensión, y no sería problema tuyo si lo hace, no lo hace, o se atrasa en hacerlo, porque tiene dos hijos y él puede tener un desastre en su vida personal, pero tiene claras sus responsabilidades con nosotros. Y segundo, puede que los dos tengamos un acuerdo, pero aún si yo logro cumplir con mi parte del trato, Elias, con ese carácter tuyo y esa amargura, ninguna persona que se valore a sí misma querrá estar contigo, por tóxico... ni siquiera Max.

Y así es como se le calla la boca a un idiota, damas y caballeros.

Lo abandoné, y salí a la calle, todavía tenía tiempo para llegar a clases sin sacar mi auto a pasear.

Me detuve en la puerta cuando vi que Adrian estaba ahí, en actitud de espera, junto a su moto recuperada.

—Bueno, contigo sí estoy dispuesta a disculparme — dije.

—Esa columna la había hecho Max —respondió Adrian—, puedo hacer otra el doble de rápido.

—¿Estas presumiendo? —inquirí.

—Sí, de hecho, ya lo habría terminado si estuviera trabajando solo.

Honesto, como siempre.

—¿En tu escondite secreto? —cuestioné.

—Cuando lo conozcas, sabrás por qué.

—Bien, te creo.

—¿Tienes prisa? Podríamos ir hoy, es tu día libre.

Me reí.

—Es increíble que te sepas mis turnos, pero lamentablemente, señor acosador, aún no te sabes mi horario de clases —contesté. Adrian guardó silencio, esperando la respuesta que seguía—. Salgo a las siete.

—Pasaré a buscarte —propuso.

—¿Sabes dónde está mi facultad? —inquirí.

Adrian me tendió un casco.

—Puedo pasar a dejarte —propuso.

Lo recibí, y nuevamente me permití unos minutos para examinar las letras griegas inscritas sobre él.

—Acepto.

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Comenten un corazón todxs lxs que crean que Wessen es la mejor mascota <3

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El deseo de AfroditaWhere stories live. Discover now