Capítulo 23

7.5K 1.3K 128
                                    

Me quedé un rato mirando el pasto de su enorme antejardín, preguntándome por qué era tan estúpido, antes de encender el motor y regresar a casa

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Me quedé un rato mirando el pasto de su enorme antejardín, preguntándome por qué era tan estúpido, antes de encender el motor y regresar a casa.

Ojalá no hubiera vuelto. Eros me esperaba en el recibidor, sentado en el sofá, como un padre esperando a su hijo para regañarlo.

—¿El combustible está caro? ¿En serio? ¿Qué te pasa? –preguntó exasperado.

—¿Y qué te importa? –inquirí—. No te metas en mis finanzas.

—Si necesitabas dinero, pudiste habérmelo pedido –reclamó.

—¿Qué?

—Debiste haberle gritado al cielo, a los árboles, a dónde sea...

Fui a la cocina por un vaso de agua y cuando regresé, seguía ahí.

—Oye, ¿no hay nadie en estos momentos insultándote por ahí para que te largues? –inquirí.

—Todo el mundo siempre lo hace, es una locura –suspiró.

—No imagino por qué —repuse, con sarcasmo—, si ni siquiera te conocen.

Tomé otro sorbo.

—Como sea, necesitamos un nuevo plan para evitar que Sybilla se dé cuenta que eres un desastre para las conquistas.

—Es lista, probablemente ya se dio cuenta, sin mencionar que es bastante obvio.

Eros ni siquiera prestó atención a lo que le estaba diciendo.

—¡Tengamos una cita doble! —exclamó, como si hubiera descubierto una reserva de petróleo bajo la casa.

—Estas alucinando.

—¡No! ¡Es perfecto! Yo con Liz, tú con Sybilla.

Me puse de pie y me tomé la molestia de abrirle la puerta.

—Lárgate —ordené.

Eros se levantó del sofá, y se acercó a mí, pero a juzgar por sus movimientos y su expresión, no tenía ninguna intención de marcharse.

—Asume que no se te podría ocurrir nada mejor. Tú rompes el hielo con Syb y de paso, yo aprovecho de hacer las paces con Liz.

—Fuera —repetí.

—Adrian, hijo, ¿por qué tan mal educado? —cuestionó mi madre, apareciendo de la nada, y en el menor momento.

—Inoportuna, como siempre —bufé, cerrando la puerta, y desapareciendo por el pasillo que daba a mi taller.

Sabía que no iba a poder deshacerme de Eros, por lo menos no, hasta que pusiéramos en marcha alguno de sus estúpidos planes. Así que, mientras tanto, iba a disfrutar de un pequeño momento de paz, haciendo lo que mejor se me daba y también, lo que más disfrutaba.

El deseo de AfroditaWhere stories live. Discover now