Capítulo 4

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ASSURDO
(Absurdo)

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A Anneliese le gustaba la casa de los abuelos. Ellos tenían una residencia alejada de la ciudad, justo en el centro de ciento cincuenta acres, al cual se accedía únicamente por un enorme y muy seguro cancel, que guardaban tres vigilantes.

—¿Iba a venir también el tío Uriele? —preguntó Matteo, al ver el auto del hermano gemelo de su padre estacionado frente a la casona.

Raffaele no respondió; algunas veces, cuando visitaban la casa de los abuelos, él se volvía mudo. A Annie casi le parecía que su padre quería... castigarse, al acudir a aquel lugar.

Cuando aparcaron frente a la casa, los abuelos esperaban ya en la puerta; Rebecca lucía ansiosa y, Giovanni, parado detrás de ella, parecía impaciente.

Pese a ir lento, Annie fue la primera en entrar a la casa —la rubia sospechaba que sus hermanos y su padre se demoraban a propósito—. Rebecca se apresuró a abrazarla.

—Mi vida —le susurró al oído—. ¿Cómo te sientes, nenita hermosa?

—Déjala —ordenó Giovanni—. Vas a lastimarla. Déjala.

La mujer lo obedeció y dio un par de pasos hacia atrás. Giovanni se acercó y cogió a la muchacha por la barbilla, con sumo cuidado, y la volvió hacia él.

—Ya está sanando, al menos —sentenció, tras evaluarla—. ¿Dolió mucho?

Anneliese nunca iba a decírselo a nadie —temía que su hermano se ofendiese— pero ella veía mucho de Giovanni en Angelo. Sería, tal vez, su severidad, su manera directa de hablar, o su mirada astuta—.

—No, abuelito —mintió—. No demasiado.

—Hola, mi amor —saludó Rebecca a Raffaele, cuando éste entró a la casa en compañía de sus dos hijos.

«De sus únicos hijos» pensó Annie, incómoda. No sabía cuál era el motivo por el cuál Giovanni Petrelli rechazaba a Hanna y a los hijos de ésta, pero la hacía sentirse sumamente avergonzada al ser la única a quien él recibía gustoso.

Giovanni esperó a que Rebecca terminara de besar a sus dos nietos y, luego, él les estrechó la mano —a su hijo no. Su propio hijo no merecía su saludo—. El esfuerzo que hizo Matteo por saludarlo, fue notable.

—Annie —la suave voz de Lorena llenó el recibidor—. Ya estás aquí. ¿Cómo sigues?

La rubia intentó sonreír, pero la sensación de mejillas resecas se lo impidió. Se limitó a saludarla con un ademán de su mano derecha, en silencio, y la contempló mientras ella se acercaba; Annie sentía una fascinación enorme por Lorena y Lorenzo: ellos tenían dieciséis años —estudiaban en el mismo grupo que Angelo—, y eran tan parecidos como dos gotas de agua, lo cual era extraño, porque los rasgos de él resultaban varoniles, y los de ella completamente femeninos, pese a eso, eran idénticos. Tenían los mismos cabellos rizados, de color caoba, los mismos lunares sobre la piel blanca, el mismo color verde oscuro en sus ojos rasgados, los mismos pómulos altos...

También, en secreto, Annie sentía un poco de envidia. Lorena era su prima y había sido como una hermana mayor para Jessica y para ella, pero no podía evitarlo. Lorena gozaba de todo lo que Annie no era: popular, lista, divertida y, además, bellísima.

Lorenzo también era muy atractivo —incluso más que Matteo..., pero no más que Angelo y, es que ¿quién lo era? Angelo era... asombrosamente bello—. Raffaele le había contado a Annie que los gemelos se parecían al antiguo novio de Gabriella, quien había muerto sin saber que ella estaba embarazada —por eso es que ellos llevaban el apellido la madre—.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora