Capítulo 44

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BALSAMO
(Bálsamo)

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Los actos de Angelo habían tenido como base la desesperación. Tal vez buscaba imponerse...

No sabía cómo responder al rechazo. Jamás se había sentido rechazado..., ni perdedor. Y ahora ella, la única persona que realmente le importaba... estaba dejándolo.

Entró en pánico. Quería recuperar el control de su vida, de sí mismo —y todo eso, lo era ella—.

Como era natural, ella había reaccionado y se había protegido.

Aunque..., lo único que pudo hacer, fue morderlo.

Lo había mordido con fuerza, aterrada.

Él la dejó de inmediato, se alejó un paso y se quedó mirándola.

Ella sintió el sabor metálico en su boca. Lo había hecho sangrar.

Ambos guardaron silencio.

Nunca antes se habían hecho daño uno al otro. No al mismo tiempo y mucho menos de manera intencional.

Y ambos sentían lo mismo en el interior. Rotos.

—Entra al auto, por favor —pidió él, y su voz suave no tenía relación con hubiese calma en su interior, sino... a debilidad que experimentaba por dentro; algo se había roto. Sentía el sabor a sangre por su lengua y el pálpito doloroso en el labio inferior.

Ella no respondió —no sabía qué hacer con la sangre en su boca; tragarla era meterse muy dentro lo que acababa de hacerle, escupirla era peor, era como... si no hubiese tenido importancia lo que había ocurrido—. Bajó la mirada porque no quería verlo ni de reojo —ya no estaba molesta, ya no sentía n... Comenzó a tener náuseas—; fue al auto porque quería acabar con el momento. Quería que quedara en el pasado, en el olvido, ¡destruirlo!

Él tardó un rato en seguirla; permaneció parado al lado del camino, sobre la piedra grava, sintiendo el viento fresco contra la cara; algunas farolas no tenían luz, y gracias a que la luna estaba menguando —era apenas un hilo en el cielo estrellado— tenía la suficiente oscuridad para sentirse protegido por ella, para no sentirse más expuesto. Había pasado del enojo a la desesperación, a la impotencia, al... temor y, en ése momento...

Los últimos días habían sido una aterradora montaña rusa de emociones y... Sintió asco escupió sobre las piedras; no pudo ver que era más sangre que saliva, pero lo supo: ella había estrujado entre sus dientes la parte interna de su labio inferior.

Cuando regresó al auto, ninguno al otro; tal vez la vergüenza lo impidió.

* * *

—Tengo tu bolso —le hizo saber Jessica Petrelli.

Estaban por entrar en la iglesia. Era el segundo domingo de diciembre. Como era costumbre, las familias de Gabriella, Uriele y Raffaele, se habían reunido.

Con un movimiento de cabeza, Anneliese le dio las gracias; el día anterior lo había dejado en casa de Carlo. Jess no insistió en hacerla hablar, pues no tenía la menor idea del cómo se sentía ella. ¿Humillada, tal vez? —Sus compañeros habían hablado un poco...—. ¿Molesta? ¿Deprimida?

Al terminar la misa, Anneliese subió al auto de su tío Uriele; se reunirían en su casa y ella no quería subir al mismo auto que su hermano y no era precisamente porque se sintiese molesta. Sólo era extraño estar junto a él porque... lo había lastimado... y él a ella.

No entendía qué ocurría con él; la ignoraba, la rechazaba —ni siquiera había querido tener sexo con ella dos días atrás, cuando lo había esperado en su recámara— y, ahora...

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora