Capítulo 17

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SOLO UN BACIO
(Sólo un beso)

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—No hagas eso, Annie —le ordenó Angelo, poniendo una mueca de asco.

Anneliese, quien dos meses atrás había cumplido cinco años, alimentaba de su plato a Borlita, su conejo mascota. Ella mordía un trozo de zanahoria, después convidaba al roedor y luego era nuevamente su turno, hasta terminarla.

—¿Por qué no? —preguntó la aludida, metiéndose a la boca el resto de la zanahoria.

Estaban sentados sobre una manta plástica, a la sombra de un árbol al final del jardín trasero, justo frente a la piscina, que se llenaba cada vez más, con cada noche lluviosa que tenían.

Angelo leía una enciclopedia infantil, sobre animales, y ella jugaba con su animalito, un precioso conejo blanco, de enormes orejas caídas, que su madre le había obsequiado cuatro meses atrás, poco antes de marcharse.

Hanna había dejado un montón de alimento —de envolturas no riesgosas, con aberturas fáciles; comida embolsada, pero nutritiva—, en cajas, en el piso de la cocina —donde sus hijos pudiesen alcanzarla—, y le había dejado una carta a Matteo para que se la entregara a su padre, pero él, aquel día, no había despertado hasta el atardecer, y ya que Matt miró salir a su madre cargando una extraña valija, y que los había besado y abrazado, llorando —y principalmente porque ella había hecho mucho énfasis en las recomendaciones que siempre hacía a Matteo, cuando salía: no salir a la calle, no abrir la puerta a nadie y cuidar muy bien de sus hermanos—, el niño, con algo de miedo, le pidió a su hermano menor que le leyera la carta.

Matteo tenía ocho años —en cinco meses, tendría nueve—, pero no iba aún a la escuela, ni sabía leer. Hanna había intentado enseñarlo —lo intentó luego de darse cuenta de que Angelo, antes de los tres años, ya sabía leer, y ella no tenía la menor idea del cómo él había aprendido. Suponía que lo había hecho con los libros que Raffaele había llevado a casa, en Alemania, poco antes de que Angelo naciera; los había llevado para Matteo. En cada página de esos libros estaba un dibujo, el nombre del objeto en cuestión y un botón que, al presionarlo, leía la palabra. Y Hanna había visto a Angelo, en una ocasión, presionar esos botones y luego buscar las dos primeras letras en otros libros (los libros de Raffaele, que él no tocaba ya, y las revistas de Hanna) y encerrarlas en un círculo. En ese momento, para ser sinceros, a Hanna no le había importado; había creído que era otro extraño juego de él (como esos otros que tenía, destruyendo cosas y volviendo a armarlas). Pero resultó no ser así y, preocupada (de si uno de sus hijos era tonto o el otro muy inteligente), intentó enseñar a Matteo—, pero las letras, para él, no tenían sentido; tampoco lo tenían los números en el control remoto del televisor —él lo utilizaba correctamente por la relación que hacía entre el botón que presionaba y el canal que sintonizaba—.

Un par de meses más tarde, viviendo ya en casa del tío Uriele, Irene, su esposa, se daría cuenta de que Matteo sufría un ligero grado de dislexia —y de que no, no era lento como creía su madre, sino que ella estaba comparándolo con su hermano pequeño, quien tenía una capacidad impresionante—. Pero, en ese momento, él sencillamente no sabía leer y Angelo sí, así que le pidió que le dijera qué decía esa carta y, su hermano menor, con toda la tranquilidad del mundo, le había preguntado, tras leerla: "¿Mamá salió?", y aunque Matt sintió un escalofrío en todo el cuerpo, logró decirle que sí, y entonces Angelo le dijo: "Dice que no va a volver", le entregó la carta y... siguió jugando con Annie.

Al principio Matteo no lo creyó. Angelo tenía que estar mintiendo —aunque él no solía hacerlo—, seguro debía ser una broma —aunque él tampoco hacía bromas—, sino, ¿por qué lo diría tan tranquilo? Pero una parte de él lo creía y sentía tanta desesperanza y tristeza que estuvo a punto de salir corriendo, a buscarla. Quizá, lo único que lo había detenido, era que su madre le había pedido que cuidara de Annie y de Angelo... Un Angelo por el que, en ése momento, sólo sentía cólera: a él no le importara nada. Su madre se había marchado, los había dejado..., su mami no volvería y a él le daba exactamente lo mismo.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora