Capítulo 32

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Halloween
(Halloween)

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Lorena Petrelli, quien iba a cumplir quince años en una semana, nunca había visto a su madre tan... ebria.

Sí, la había visto beber algunas veces —casi siempre en compañía de sus hermanos menores, Uriele y Raffaele—, pero nunca tanto.

Tampoco era que Gabriela estuviera cayéndose de borracha, para nada, pero sí estaba soltando muchas... Lorena, en verdad, esperaba que fueran las demencias de un borracho y nada más.

Habían pasado la tarde en casa de su tío Raffaele; había sido una reunión familiar de domingo cualquiera: carne en el asador del jardín trasero, música y charla amena que, con cada ronda de cervezas, se transformaba en chistes y graciosas anécdotas. Aunque demasiado graciosas para algunos... como la tía Irene, por ejemplo, quien, llegando a un punto, entró a la cocina buscando silencio, encontrando excesivas las carcajadas de Gabriela y Uriele, y ese humor tan negro de Hanna (y, en menor medida, de Raffaele).

"Maldita nazi" había escuchado a su tía Irene opinar una vez, de los chistes crueles que hacía Hanna... aunque ninguno, ni una sola vez, había sido antisemita o nacionalista.

"¿Que no es judía mi tía Hanna?", había preguntado Jessica, una tarde, a su madre.

"Como sea", se había limitado la mujer.

Era bien sabido que, en la familia, Hanna no era bienvenida —al menos por los abuelos y la tía Irene—. Al decir verdad, Lorena no entendía por qué; Hanna era una mujer divertida y preciosa. Sí, estaba fuera de los estándares de lo que la sociedad opinaba que debía ser una madre y esposa, pero... ¿quién decía que los estándares debían obedecerse? Tal vez los mismos que la juzgaban por...

... Realmente Lorena no lo creía.

Su madre estaba demasiado borracha como para creerle nada. Aunque las fotos estaban ahí y ésas no mentían.

Lorena las había visto por casualidad. Regresando de casa del tío Raffaele —pese a las insistencias de éste, de que pasaran la noche en su casa, Gabriella se había negado—, la muchacha acompañó a su madre hasta su recámara y, mientras le quitaba las zapatillas, Gabriella le pidió que se quedara esa noche con ella; Lorena aceptó. Sabía que su madre estaba triste.

En una semana se cumplían quince años de que su novio, Brendan Kyteler —el padre de Lorenzo y Lorena—, había desaparecido en el mar.

Brendan era irlandés y había hecho una visita a su país para anunciar a sus padres que se casaría, por lo que los invitaba a Italia para que conociesen a la familia de la novia. En ese momento, él no sabía que iba a ser papá: ella planeaba decírselo luego de la boda, como un regalo.

Claro, la boda jamás llegó porque el barco, en el que él paseaba con sus dos hermanos, se perdió. Y aunque los guardias costeros lo habían encontrado dos meses más tarde, los peritos no habían logrado decidir qué era lo que había salido mal: la maquinaria estaba en buen estado, el día que ellos zarparon el clima era bueno, la marea también, y en el barco no había señales de pelea, ni tampoco huellas que no pertenecieran a los tres muchachos, tampoco faltaba nada... salvo los tres muchachos, claro. Meses luego aparecieron los restos del cuerpo de uno de los hermanos, pero estaba en tan mal estado —tan hecho trizas, tan mordisqueado, tan descompuesto—, que apenas pudieron identificarlo.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora