Capítulo 49

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UCCELLINO
(Pajarito)

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Angelo Petrelli tenía dificultades para aceptar que algo se interpusiera entre su hermana y él. Habían estado siempre solos —¡siempre habían sido únicamente ellos dos!—; cualquier otro, en la ecuación, era sólo un invasor. Era percibido, por su subconsciente, como un peligro de distancia, de cambio..., de perderla.

Y, perderla, era inconcebible para él. Angelo no conocía otra cosa que, a la hermana que lo necesitaba a cada instante, la que se aferraba a él y no lo soltaba, la que gritaba su nombre cuando tenía miedo, o estaba feliz y lo quería compartir porque... eso era lo normal, lo natural; así habían vivido siempre, así habían crecido: teniéndola sólo él, para él, cuidándola, amándola... Ella era suya y él era todo por y para Annie.

Eso no era un pensamiento consiente, razonado. Tan sólo... era.

Pero eso no lo entendía Anneliese. Ella —sin ninguna intención de abandonar la parte más importante en su vida—, tan sólo había estado conviviendo con otras personas; no se daba cuenta de que había estado alejándose más y más de él y... Angelo no sabía cómo responder a eso.

Él sabía que había estado escuchándose autoritario con ella, prohibiéndole cosas..., pero no podía evitarlo. ¿Qué más hacía, si sentía que ella estaba yéndosele de las manos?... Dejándolo.

Nunca habían peleado siquiera, no por cosas serias —no donde se hablara, literalmente, de vida o muerte—... y nunca ella había intentado apartarse de él.

Simplemente, Angelo estaba desesperado. Pese a eso, interpretó inmediatamente los actos de su hermana: estaba provocándolo, estaba... ¿intentando castigarlo? Seguramente. Según la charla que habían tenido tres días atrás (en la cual ella expresó su molestia por la decisión que había tomado él —de tener a su bebé—, y la indignación por la falta de gratitud al... ¿decidir no matarlo? —Oh, vaya..., pues gracias—. Después y, finalmente, por no confiar en ella) Anneliese creía que el errado había sido única y exclusivamente él —que ella no tenía culpa alguna—.

Para Angelo resultaba angustiante, frustrante e indignante, la situación.

Tal vez por eso sonrió sutilmente, de lado, cuando ella mencionó el nombre del francés; era un gesto que había heredado de su padre, una mueca de alarma... para los demás. Esa sonrisa suave, retorcida, malévola, anunciaba un inminente ataque.

... Pero Angelo logró no reaccionar a la provocación; no iba a aceptar su... castigo injusto.

Nicolas subió al escenario encerado —sobre el cual resbaló y casi se cae... Era tan despistado como Anneliese—, llegó junto a ella —con esa sonrisa fácil y estúpida que tenía... ¿De qué se reía todo el tiempo? Bufón—, la cogió por ambos hombros, por la espalda, e intentó besarle una mejilla... Angelo —contra su resolución de no participar en su juego— se puso tenso, pero se tranquilizó enseguida, pues ella, con un movimiento rápido, cual conejo asustado, se sacó, alejándose de sus labios.

Logró verla mirándolo de reojo.

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Había sido un acto inconsciente, por el cual se sintió avergonzada luego, cuando descubrió que se apartó del francés como si él le causara asco. Así que lo cogió por una mano y se forzó a sonreírle.

Y él también se forzó a hacerlo; recibió su ridícula corona de espada, dio las gracias a Annie y el DJ inmediatamente puso música. Y todo estuvo bien hasta ahí. Por fortuna, el impulso de Annie parecía haber quedado ahí, sin trascendencia... pero luego bajó del escenario y se encontró de frente a sus allegados.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now