[2.3] Capítulo 35

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I MOMENTI
(Momentos)

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El ginecólogo obstetra no les dijo nada que ellos no supieran ya; sí, efectivamente, ella estaba embarazada.

Angelo y Anneliese habían escuchado al médico, en silencio, mientras éste les hablaba de cosas que ellos ya sabían. Dieron luego las gracias y salieron del consultorio. De camino a la salida, en el ascensor, coincidieron con algunos médicos, entre los cuales estaba ése que había atendido a la muchacha, ya casi cuatro años atrás... cuando él mismo le había dado la noticia de su primer embarazo, y aunque ella no lo reconoció, el doctor sí lo hizo, con total claridad y, durante todo el descenso, estuvo preguntándose qué había sido del producto de esa tristísima adolescente rubia..., y si ése, que la llevaba cogida por la mano, era el hermano.

Al regresar a su casa, Annie no tenía ánimos de hacer nada y se metió a su cama; Angelo no la molestó, a pesar de que le angustió verla con las cortinas cerradas y el edredón sobre la cabeza -se preguntó incluso si volverían esos días de encierro y sueños eternos-, pero no la molestó. Se recostó a su lado y la dejó reposar... o vivir su dolor, tanto como ella necesitara.

Por la madrugada, sin embargo, fue ella quien se levantó sola. Se metió al cuarto de baño y él la encontró llorando; tomó asiento a su lado y, pasándole con cuidado un brazo por los hombros, le dijo:

-Todo irá bien. Te lo juro.

Y ella respondió con un sollozó tan débil, que él sintió que debía abrazarla con fuerza... o la perdería. La hizo girar sobre él y montarse sobre sus caderas, para poder abrazarla de frente, con fuerza, y Annie le respondió inmediatamente, y más que eso, entre su llanto, le dijo:

-Lo sé. Estará bien -le hablaba al oído, aferrándose a él-. ¡Pero tendré a otro y no a él! -gimió...

... y Angelo sintió que el dolor de su hermana entraba por sus oídos y explotaba en el pecho, provocando que el aire saliera expulsado con fuerza de sus pulmones, a través de su nariz.

-S-Siempre -se escuchó decir, tartamudeando- vamos a tenerlo.

Annie sollozó de nuevo y tembló entre sus brazos.

Cuando ya amanecía, volvieron a su cama, y Anneliese durmió hasta el mediodía, que fue cuando Lorena llamó a su puerta y entró, sin permiso, cargando una charola con comida para dos; la dejó sobre el buró y aunque tomó asiento al lado del muchacho, preguntó a su prima, mirándola a los ojos:

-¿Estás bien?

Y la rubia, llorosa, asintió. Alargó la mano y tomó el jugo de naranja que Lorena le ofrecía, y lo bebió lentamente, conversando con ella, mientras Angelo salía de la cama.

Por la noche, recién duchados, se reunieron con los demás para la cena y, a pesar de que todos lanzaban miradas discretas, preocupadas, a Anneliese, ninguno la forzó a hablar. Fue Uriele, quien los acompañaba esa noche -Uriele los visitaba con frecuenta, para vigilarlos, aun así, Angelo suponía que tal vez Lorena lo había llamado al notar que ellos no salían de la cama-, el que apartó a Angelo, tan sólo para preguntarle:

-¿Annie está bien?

-Sí -aseguró Angelo, pensando en cortarlo ahí. No tenía deseos de tratar ése asunto con nadie, sin embargo, se escuchó decir, mirando distraídamente hacia el jardín iluminado por los faroles, guiando hacia el laberinto de rosas que tanto gustaba a su hermana-. Está embarazada.

Y Uriele aguardó un momento, buscando más información en esa confesión neutra. ¿Había sido un accidente? ¿Se encontraban mal por ello?... ¿estaban contentos? No encontró nada en la expresión estoica y esos ojos grises, tan fríos, que le había heredado su madre.

Ambrosía ©Место, где живут истории. Откройте их для себя