[2] Capítulo 15

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CIAO
(Hola)

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Angelo Petrelli abrió la puerta y... entró a su casa, la cual estaba inusualmente tranquila, silenciosa. Se lamió los labios —sentía que estaba olvidando algo sumamente importante— mientras recorría el lugar con la mirada. Tenía un mal presentimiento.

—¿Annie? —llamó a su hermana.

Caminó un poco, hacia dentro, y observó el recibidor antes de subir las escaleras apresuradamente; de repente, sintió angustiado.

—¡Annie! —volvió a llamarla, de manera demandante, urgente, sin saber exactamente por qué.

Al llegar a la planta anta, corrió hacia su recámara y abrió la puerta, encontrándose a... su hermanita.

Literalmente, Annie era una niña —pequeña, preciosa, con bucles dorados— no mayor a cinco o seis años, sentada sobre su cama de sábanas rosas, jugando con Eveletta. Pero eso, a él, con diecisiete años, no le sorprendió demasiado.

—¿Por qué no me respondías? —le preguntó, acercándose a ella.

Pero entonces la niña volteó a verlo... y él se quedó ahí, paralizado por completo. Ésa niña no era Anneliese: ella tenía los cabellos mucho más claros y... los ojos grises. Ojos grises de un tono más claro que los de él —eran perturbadoramente claros—. Se cayó de espaldas al caminar hacia atrás, al intentar huir —de ella— y se arrastró ligeramente, ayudándose con sus manos, sin despegar la vista de ella.

—¡Annie! —le gritó, desesperando (¡¿dónde estaba su hermana?!), poniéndose apenas de pie y corriendo fuera de la recámara—. ¡Anneliese!

Bajó rápidamente las escaleras y, por alguna razón, fue directo al jardín, donde la encontró... flotando, bocabajo, dentro de la piscina llena de agua sucia, de hojarasca, de bichos muertos.

—Annie —gimió, débil, y aunque quería correr donde ella, no pudo más que caminar lento.

Y al intentar sacarla... no pudo. No tenía la suficiente fuerza para inclinarse y alcanzarla, mucho menos para nadar hasta ella, Dios, ¡no podía llegar hasta ella!

.

Angelo despertó sudando, con el pulso acelerado y la respiración pesada, inhalando y exhalando por la boca. Se obligó a incorporarse al sentir náuseas.

¿Qué mierda había sido esa pesadilla?

Salió de la cama y fue directo al cuarto de baño, donde vomitó toda la bilis que se había acumulado en su estómago.

** ** **

Anneliese no logró reconocer que estaba teniendo contracciones las primeras horas, pues realmente no sentía dolor —no cómo se lo habían descrito, no como se suponía que debía sentirlo—, sólo una incomodidad que, llegándose el momento, cuando lo identificó realmente, lo rechazó...

Fue como la muerte del familiar que ha agonizado por largo tiempo, que ha penado por muchos años: sabes que sucederá..., lo esperas, estás preparado, la negación es casi inexistente..., pero igual duele. Siempre duele.

La segunda reacción de Anneliese, fue el temor. Estaba sola. Estaba a punto de parir y estaba sola.

—¿Puedes llamar al menos a mi madre? —suplicó Anneliese a la hermana Adelina, con las lágrimas corriéndole por ambas mejillas y sus dientes castañeando por los nervios.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now