[3] Capítulo 3

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NATALE CON I TUOI, PASQUA CON CHI VUOI
(Navidad con los tuyos, Pascua con quien quieras)

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Estaban a muy buen tiempo, había asegurado el oncólogo. El tumor maligno, de Mika, estaba aún a tiempo...

—Lo detectamos a tiempo —seguía el hombre.

Emma, entre lágrimas, no lo creía. Hanna, cogiendo a su madre por una mano, quería creerlo..., pero no podía.

Mika, con sólo ocho años, comenzó sus tratamientos aquella misma semana.

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«Navidad con los tuyos, pascua con quien quieras» le había dicho Raffaele a su mujer, cuando ésta le pidió pasar las fiestas en Francia, en el convento. Raffaele estaba tan apegado a su familia como Audrey lo estaba a las monjas que la habían criado, y a su hermana pequeña.

¡Chist! —llamó Raffaele a Adelina fingiendo molestia.

La niña rubísima, de apenas once años, retiró rápidamente su mano de las galletas con chocolate que pretendía tomar y miró al muchacho, sorprendida, ocultando sus manos, pero al reparar en que sólo él, continuó en su labor.

—Deje —le ordenó Raffaele, bajito, en francés, entrando a la cocina donde se ocultaba la niña hacía un rato ya.

—No quiero —ella cogió cuatro galletas grandes y tomó asiento en una silla, al lado del pastel.

Echaba de menos a sus amigas, en el orfanato..., pero no la comida. En casa de los Petrelli, para la cena de Navidad, había tanta comida como en el convento.

—Te estás poniendo gorda —le hizo saber él con toda la intención de fastidiarla (al menos una vez al día, él la molestaba), tomando una galleta del mismo plato que la niña.

—Y tú cada día estás más feo —se defendió ella... aunque no lo creía ni remotamente. El esposo de su hermana no tenía un solo vello feo en todo su cuerpo..., aunque no era tan guapo como su hermano gemelo, Uriele. Extraño, siendo gemelos.

Adelina siempre se ponía nerviosa cuando veía a Uriele, pero no se hacía ilusiones, claro que no: para empezar, ni siquiera hablaban el mismo idioma, luego, ella sólo tenía once y él dieciocho y, como si fuera poco, Uriele tenía a esa novia tan guapa, de bellísimos ojos color miel, adornados con esas largas y espesas pestañas y... aunque no existiesen tantos obstáculos, Adelina no creía ser ni la mitad de guapa de lo que era su hermana mayor. Ella no tenía ninguna posibilidad de casarse con un guapísimo italiano, alto, de piel bronceada y sonrisa de ensueño.

—¡Ahí vienen los perros! —exclamó Raffaele, mirando con sus ojos muy abiertos hacia la terraza del jardín trasero—. ¡Se salieron!

La niña dejó caer las galletas y se puso de pie rápidamente, mirando hacia la terraza, atenta, aterrada. ¡¿Los qué...?! Pensó en correr, pero ¡¿a dónde?! ¡No podía verlos!

Raffaele se echó a reír. Adelina comprendió que era una broma cruel. Era la segunda vez que la niña visitaba la casa de los Petrelli y, ¡qué susto se había llevado la primera vez que vio a esas enormes bestias! Ellos eran una especie de... lobos gigantes. U osos. O una combinación de ambos. Una cosa era segura: si Satán tenía mascotas, seguro eran de esos perros.

—¡Tonto! —Adelina empujó a su cuñado.

—¡Adelina! —la llamó Audrey, reuniéndose con ellos en la cocina; a pesar de sus tres meses de embarazo, su vientre continuaba siendo plano.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora