Capítulo 67

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RACCONTI NERI
(Cuentos negros)

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Mientras Anneliese bajaba desganadamente las escaleras de su casa, con su valija al hombro, se encontró con Matteo, quien subía, y se quedó quieta.

Hacía ya un mes que él la había encontrado haciendo el amor con Angelo, en el sótano, y ella aún no era capaz de estar frente a él sin sentirse incómoda.

Para su fortuna, Angelo llegó donde ella en aquel preciso instante y, quitándole la valija con suavidad —llenándola de calor y confianza—, la obligó a avanzar; no se dio cuenta de que, al bajar, el menor había golpeado en la cara, con su mochila, al otro. Matteo y Angelo no se hablaban.

—¿Todo bien? —le preguntó él, en un susurro.

Anneliese apenas asintió.

Fueron al garaje, donde su padre ya los esperaba dentro del auto.

—¿En serio tengo que ir este año? —probó Annie, por última vez, mientras Angelo le abrochaba el cinturón de seguridad, en los asientos traseros.

Y Raffaele la miró por un par de segundos, a través del retrovisor.

—Sí —decidió al final.

Angelo terminó de meter las valijas al maletero y se acomodó en el asiento del copiloto.

—¿Podemos pasar por café? —preguntó a su padre.

—Sí —él seguía mirando discretamente a su hija, a través del espejo—. Annie —la llamó mientras ella bostezaba.

¿Hmn? —gimió ella.

Raffaele tomó algo de aire, buscando cómo decirlo.

—¿Qué? —lo apremió ella.

—No te separes de tu hermano —le pidió, sin más.

Y ella pensó en que eso no tenía que pedírselo: si ya antes le tenía miedo a ese lago, en ese momento lo aborrecía y la llenaba de pánico.

*

—Toma —Jessica le tendió a Annie un pequeño estuche de plástico blanco, con caras de conejo, apenas tomar asiento a su lado, en el autobús.

—¿Qué es? —preguntó ella, abriendo el paquete.

La semana anterior, sin necesidad de que Lorenzo hablara con ella, Jessica había estado acercándose nuevamente a Annie..., quien le volteaba la cara en cada oportunidad que tenía. Anneliese se sentía molesta con ella, cada vez que la veía.

—Tapones para los oídos —le informó—. Podrás dormir sin escuchar los sonidos del lago.

La rubia torció un gesto.

—Seguro. Dormiré tranquila sin poder oír cuando venga por mí.

Y esta vez fue Jessica quien torció un gesto. ¿Cuándo el lago fuera por ella? ¿Su prima sí se refería al... lago? Miró al frente, sin cuestionar su lógica: para la fobia de Anneliese, eso debía tener coherencia.

*

—Oye, Annie —la llamó Laura. Estaban ya en la cabaña para chicas de tercer grado; ellas acomodaban sus cosas antes de ir a la capilla para dar las gracias—, ¿crees q--

—Aléjate —le ordenó ella, interrumpiéndola y señalándola.

—Ah —la animadora, recordando su imprudencia del año anterior, le mostró las palmas y dio un par de pasos hacia atrás, sonriendo.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora