[3] Capítulo 19

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AUDREY I

(Audrey I)

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Audrey Delbecque había trabajado, alternando con sus estudios, desde los ochos años; primero ayudando a su madre a cuidar de su hermana bebé, Adelina, mientras ella pasaba buena parte del día en el hospital, cuidado de su marido.

Más tarde, cuando su hermana y ella quedaron huérfanas de ambos padres, y fueron a parar al convento, aunque se moría de tristeza y miedo, por haberse quedado sola, con su hermanita bebé, se atribuyó quehaceres para pagar su estancia en el convento y la de su hermana; su madre le había dicho que «el muerto y el arrimado a los tres días apestan» y, que las personas, debían ganarse su alimento, y aunque luego descubrió que no era una obligación que hiciese nada en el convento, continuó haciéndolo porque supo que el trabajo se requería y, más tarde, por amor. Quería ayudar a las mujeres que le dieron una familia cuando ella y su hermana se quedaron solas, y quería que los niños, que se habían quedado tan sola como ella, sintieran menos temor, supieran que no tenían que trabajar para obtener techo y comida, y que lo que se les otorgaba, se hacía con amor.

Era una opinión generalizada para las personas que habían crecido en el convento: ahí se vivía con amor y, ciertamente, se crecía agradecido.

Casi todas las monjas que cuidaban de los niños habían crecido ellas mismas ahí y, al cumplir los dieciséis, comenzaban su noviciado; eran dos años de estudios y preparación espiritual, de encierro, pero realizado en el mismo claustro del orfanato pues, aunque éste estaba vinculado a la fe católica y reconocido por ésta, ellos no tenían autoridad jerárquica sobre éste y, aunque eso significaba no recibir apoyo económico de la iglesia, Madre Superiora lo prefería, pues le gustaba cuidar de sus niños ella misma, de aprobar personalmente a las personas entraban a su convento y las monjas que habitaban en él.

Por ello, cuando Adelina, recién cumplidos los dieciséis, mostró interés en iniciar su preparación, fue celebrada por la Madre Superiora; luego de los dieciocho, cuando tomó sus Votos Temporales, tuvo que salir al mundo para realizar estudios básicos de enfermería y docencia, pues en el convento no sólo se necesitaban madres para los niños, sino también personas que supieran atender heridas básicas y, sobre todo, educarlos.

El objetivo de la Madre Superiora siempre había sido preparar a los niños para la vida y no sólo alimentarlos en lo que cumplían su mayoría de edad y, todas sus monjas sabían que, la herramienta principal para niños que no contaban con la ventaja de una familia, era la educación, por lo que se esforzaba en volver a cada chico trabajador y en darles un oficio o profesión.

... Y Audrey, aunque había dejado la universidad inconclusa, seguía trabajando como había hecho desde sus ocho años. Había apoyado a su esposo con la universidad mientras cuidaba de su familia, y luego corría al convento para preparar la venta de galletas, dulces, panqué y quesos —las donaciones siempre eran bien recibidas, pero no eran el único sustento—; luego, cuando sus hijos comenzaron a crecer, y debía dividir su tiempo entre cuidar de su hogar, recoger a Sylvain y a Sebastian a la escuela —Raffaele los llevaba, pero ella los buscaba después— y luego a las actividades deportivas y culturales que estos tenían, se vio limitada..., pero no dejó de trabajar para los demás.

Cada mano contaba, lo sabía ella, así que, decidiendo pasar de la mano de obra, fue directamente a la docencia, y comenzó a dar clases de italiano a los niños los días martes y jueves —una segunda lengua no le caía mal a nadie—, y aprovechaba para ayudar en la venta de los alimentos producidos en el convento, que se realizaba en el jardín frontal los mismos días por las mañanas.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now