[2.3] Capítulo 29

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UN'INTENZIONE E CINQUE CONTI
(Una intención y cinco cuentas)

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Anneliese no fue capaz de pensar en ninguna otra cosa luego de hablar con sus primas.

Su padre. Volvería a verlo...

No quería hacerlo y no quería que Angelo estuviese frente a él; al decir verdad..., eso le daba miedo. Comenzó a tener un mal presentimiento y, apenas su hermano regresó junto a Raimondo y Lorenzo, ella lo abrazó con fuerza.

—¿Todo bien? —le preguntó él.

—Sí —mintió ella—. Pero te extrañé —añadió, envolviéndolo con sus brazos, a la altura de su cintura, con los ojos cerrados.

Angelo sonrió con suavidad: él también la había extrañado las dos horas que pasaron separados; no había hecho más que pensar en volver junto a ella.

Esa noche, cuando la familia se reunió de nuevo, para la cena, se encontraron con un banquete enorme, de comida caliente, olorosa, humeantemente deliciosa, y abundante vino.

—¿Es tu manera de prepararnos para la noticia de que mi abuelo no nos dejó nada? —bromeó Lorenzo con su abuela, dándole un beso en una mejilla.

—Exacto —jugó ella—. Tú siempre tan perceptivo, hijo.

El pelirrojo soltó un quejido de insatisfacción y se dejó caer en una silla, junto a la mujer, antes de decirle a Raimondo:

—Vas a tener que mantenerme.

—Claro, muñequita —le dijo él, acomodándose junto a Lorena—. Ya lo sabes.

—¿Podemos irnos? —preguntó Annie a su hermano, en un susurro.

—¿Ya tienes sueño? —tanteó él, bajito, malinterpretando la petición de su hermana.

—Sí —mintió la muchacha: ella se refería a dejar esa casa en ese preciso momento, pero al verlo a los ojos, pensó en que a él le angustiaría su urgencia.

—¿No quieres cenar? —se preocupó él.

—Annie —la llamó Rebecca, atenta—, cena, por favor —le suplicó—. Te preparé pavo en salsa de miel con mostaza —intentó tentarla.

Annie se forzó a sonreír, aceptando quedarse, pero lo que comió fue poco y, una vez que estuvo a solas con su hermano, en su recámara, le pidió una vez más que se marcharan.

—¿Por qué tan de repente? —le preguntó él, mientras se quitaba la playera, sentado sobre la cama.

Apoyada contra un ropero, la muchacha se encogió de hombros y se escuchó decir:

—Sólo quiero volver a nuestra casa.

Angelo se detuvo y la miró por un momento.

—Lo traje con nosotros —comentó, bajito, agachando la cabeza y la mirada, al quitarse los calcetines.

La muchacha no necesitó preguntar el qué... o a quién... Ya lo sospechaba ella.

—¿Dó-Dónde está? —tartamudeó, luego de relamerse los labios.

—Ah —él parecía no encontrar las palabras—. En el closet hay una ventana...; tiene vista al jardín. Lo puse ahí.

Annie sintió dolor en la mandíbula; recorrió su espalda ancha, de cintura varonil, estrecha, recubierta de piel blanca, y le preguntó:

—¿Por qué lo trajiste?

—No podía dejarlo ahí —respondió él, claro, sin mirarla.

La muchacha asintió y, sin siquiera pensarlo, se incorporó y fue directo hasta la puerta del closet. Angelo se puso de pie rápidamente y fue tras ella.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now