Capítulo 36

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El día miércoles, después de clases, los primos y amigos de Anneliese se reunieron en el sótano, en el salón del periódico escolar. Ella no tenía ni idea de que habría una reunión hasta que llegó ahí, guiada por Jessica.

La presencia de Angelo, en el lugar, la sorprendió.

Rita Benedetti se apresuró a explicarle:

—Estamos preparando la estrategia de publicidad para la campaña.

—Sabrás que ya están inscritos —siguió Raimondo—. Lorenzo y Jessica metieron sus nombres esta mañana.

—Ah —fue todo lo que dijo ella. Sintió ganas de gritar y huir. Ellos estaban ahí, tan contentos, pensando en bailes y realezas invernales, cuando ella tenía una pena y una angustia tan grandes. Los ojos se le llenaron de lágrimas.

Los presentes, todos, enmudecieron. Era evidente que sus lágrimas no eran producto de felicidad o emoción.

Vo-oy... Voy al baño —logró decir, con voz quebradiza.

Su hermano la cogió por un brazo cuando pasó por su lado y la miró a los ojos, estudiándola.

—Sólo voy al baño —le dijo, con los dientes apretados.

El muchacho la soltó al darse cuenta de que todos los miraban.

Ella salió rápidamente y corrió escaleras arriba. No fue a los baños, desde luego, pues sabía que tarde o temprano alguien la buscaría. Fue a ocultarse al laboratorio abandonado de física. Antes de llegar, las lágrimas ya le tocaban la barbilla.

—Annie... —escuchó la voz de Jessica, muy cerca.

La rubia se sobresaltó. No la había escuchado seguirla. Miró más allá de su prima, buscando a Angelo, pero él no estaba ahí. Dio gracias a su Dios.

Jessica se sentó a su lado, en un tronco caído, y la abrazó. No le dijo nada. Sólo la dejó llorar.

—No quiero obligarte a nada —le susurró luego, cuando ella ya se tranquilizaba—. Pero no entiendo por qué no me cuentas qué te pasa. Me estoy imaginando cosas horribles, Annie.

Una nueva oleada de lágrimas le brotó de los ojos. No podía parar de llorar. ¡Mierda, realmente no podía! Jessica le acarició los cabellos, le besó la cabeza y, con voz cálida, le dijo:

—Si no me dices qué ocurre, no puedo ayudarte.

¿Ayudarla? Anneliese se mordió los labios. Confiaba en su prima, pero... ¿cómo es que ella iba a ayudarla? Ni siquiera podía hablarle del tema: si le decía del bebé, también debía contarle del padre.

Jessica la sintió temblar y la apretó. Annie gruñó y, entre sollozos, se escuchó decir:

—Estoy embarazada —no quería hacerlo. Lo soltó y ya: ya no podía cargar con tanto peso ella sola—. Estoy embarazada —repitió, más alto.

La expresión de angustia de Jess no cambió en lo más mínimo.

—... ¿En serio? —su voz era lastimosa, pero no se oía sorprendida.

En otro momento, Anneliese se habría intrigado.

—Annie —terció otra persona. Se trataba de Bianca Mattu. Ella lo había escuchado todo.

La rubia sólo la miró, en silencio, desde el tronco donde estaba sentada. ¿Qué más podía hacer? Ella ya lo había oído.

Bianca se sentó a su lado y le cogió una mano. Annie se sentía tan débil que se dejó abrazar sin poner resistencia.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora