[3.2] Capítulo 1

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TERZO LIBRO. SECONDA PARTE.
(Tercer libro. Segunda parte.)

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TU. PER SEMPRE TU
(Tú. Por siempre tú)

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Cuando se encontró en el aquel hospital... sin Audrey, sin Sylvain, sin Sebastian... solo, sin familia y vacío por dentro, Uriele había mencionado que, al culpable del accidente, lo habían atrapado.

Aquel día, cuando ocurrió... eso, cuando le explicaron -¿quién lo había hecho y en qué maldito idioma lo habían hecho?-, que había sido un accidente, que sólo había sido un accidente, pero que el responsable había huido, aunque Raffaele sintió, por un breve segundo, el impulso de salir corriendo a buscarlo él mismo, a cazarlo y hacer pedazos al desgraciado que le había arrancado la vida entera... no tuvo las fuerzas, ni encontró el sentido: eso no le regresaría a su esposa y a sus hijos. Se quedó ahí, al otro lado del cristal de los cuneros, aferrado a lo que quedaba de Audrey.

Y entonces Uriele, poco luego, aseguró que habían dado con el responsable... Aunque no había sido la policía.

Raffaele no preguntó nada. Cualquier cosa que Giovanni Petrelli fuese a hacer con el desgraciado que le había quitado a sus nietos y a la mujer que se los había dado, no sería mucho peor de lo que le esperaba a él mismo. Lo sabía.

...Se había quedado sin familia.

Los había traicionado a todos y, gracias a ello, ahora Audrey y sus bebitos estaban muertos...Lo habían exiliado de la manada, lo habían arrancado, como a un cáncer, de la familia. Y ciertamente, en ése momento, no le importaba nada a Raffaele; su único deseo era estar muerto.

Hallándose nuevamente en Italia, en una casa que no era suya, buscó la muerte en más de una ocasión..., pero la hijita de Audrey lo detenía: ya le había él quitado a su madre, lo mínimo que podía hacer, era cuidarla... y también estaban Matteo y Angelo y... Se limitó a beber.

Bebía porque perdía la conciencia, porque si estaba dormido, no pensaba... no sufría, no se culpaba.

Y la culpa era lo que más dolía. Lo sabía Hanna...

Raffaele no se lo echó en cara una sola vez, pero ella lo sabía: aquel estúpido capricho, forzarlo a visitarlos en Alemania cada día, era lo que había terminado de fracturar su matrimonio... y ella lo sabía, lo supo siempre, y por eso se lo había pedido... Dios, pero es que, en ése momento, ella no pensaba, sólo sentía: estaba triste y colérica -¡enloquecida!-. Sentía que había perdido a Uriele... así que quería que también él perdiera a su mujer... ¡pero ella nunca pensó en eso! Nunca pensó en muertes... y ahora, finalmente, así como Raffaele había comentado una tarde en Alemania, ya estaba ahí, viviendo con ella, con Matt, y con el nuevo bebé..., pero estaba a medias, le habían arrancado la parte de su vida que él más quería, estaba roto, acabado, pidiendo morirse.

Así que bebió. Por días, por años, bebía desde que abría los ojos hasta que volvía a cerrarlos.

Bebió aun cuando Hanna no soportó más y se marchó a Alemania... lo cual él agradeció: a pesar de que cuidaba a los niños... él no soportaba mirarla a la cara; bebió hasta que, lo único que le quedaba de su gran amor, cayó a la piscina y casi pierde la vida.

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A través de todo el dolor que había traído el recuerdo de Abraham, a través de la situación, del momento, Anneliese logró ver el temor en los ojos grises de Angelo...

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora