[3] Capítulo 18

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DUE GOCCE D'ACQUA
(Dos gotas de agua)

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Había cosas que Raffaele sabía de su hermano no sólo porque fueran gemelos, sino porque lo conocía como a nadie en el mundo... y porque, a veces, querían y les gustaba exactamente lo mismo.

No era extraño. Siendo gemelos monocigóticos, tenían exactamente la misma carga genética. Habían sido, literalmente, uno. Ambos se habían originado de un único óvulo y un único esperma, habían crecido dentro de la misma bolsa gestacional, alimentados por la misma placenta y nacido del mismo huevo.

A diferencia de otros gemelos idénticos, al nacer ellos no habían presentado diferencias, ni de peso, ni de estatura, y al crecer, cuando uno miraba al otro, era mirar su reflejo exacto.

Sin ponerse de acuerdo, elegían el mismo corte; a veces, en tiendas distintas, escogían la misma playera, siempre querían comer el mismo platillo y... el problema había venido cuando no hubo dos, de lo mismo.

Aquella noche en que conoció a Hanna, Raffaele de inmediato supo que Uriele la encontraba bellísima porque..., sí, ella lo era, pero supo que le gustaba cada parte de su ser, porque a él le había encantado, pero también sabía que Uriele jamás le faltaría a su mujer porque, si algo era él, era confiable y decente... Nunca creyó que Hanna significara algo más, para Uriele, que una obra de arte, la más increíble escultura de marfil, tan cuidadosamente pulida, que vas al museo para contemplar, pero que no te llevas a casa porque ni puedes ni debes.

En aquella reunión, nunca creyó que Uriele siquiera intentaría tocarla. No creyó que ella significaba algo más para él porque, bueno, ¿el hombre recto y sincero que era Uriele, no estaba por casarse?

... De cualquier manera, se había asegurado de mencionarlo y captar la atención de ella, porque quería mantener sus impresionantes ojos grises sólo en él; parecían brillar más, cuando miraban de frente.

También Uriele se había dado cuenta de eso, de que sus ojos parecían brillar como estrellas cuando veían a los ojos del otro..., pero luego él supo que, sus ojos realmente brillaban, adornados con su bonita sonrisa, cuando ella estaba a solas, fotografiando flores y aves. Pero, claro, eso era algo que no le contaría jamás a nadie, así como esos detalles que había notado, en ella... como su prefería por el té de rosas caliente a cualquier otra bebida fría, el que le gustaba que le sirvieran café por las mañanas sin siquiera haberlo pedido —¡y que se lo prepararan, y uno bueno, porque el de ella era horrendo!—..., que siempre tenía que comportarse como una adulta, pero en las tardes seguía comiendo papas fritas con soda, y leche con chocolate y mucho pan con nata, y algunas veces sólo cenaba galletas remojadas en más leche; o esa tendencia que tenía de comer los sábados salchichas alemanas, de puerco, y acompañarlas con cerveza negra..., pero se terminaba la cerveza y dejaba la mitad de la salchicha de puerco, picoteándola, un poco culpable por haber comido comida no kosher, faltando así a su Dios... un Dios que no había cuidado de ella, ni de Mika.

Eran cosas que Uriele jamás diría a Hanna, ni a nadie más, en cambio... Raffaele sí le decía lo hermosa que era, cuánto le gustaban sus ojos..., y sus besos, le clavaba los dientes y le decía que su piel sabía a crema fresca... y, a veces, le clavaba un poco los colmillos dentro de los muslos, abriéndole dos pequeñas perforaciones, apenas visibles a la vista, pero que sabían a hierro, y su sabor metálico lo llenaba entero, al pasarle la lengua una y otra vez sobre las heridas.

Y ésa era la diferencia entre ellos. Podían ser idénticos en apariencia, tener la misma voz, lunares, gesticulaciones, elegir el mismo corte o la misma playera..., pero Raffaele hablaba y Uriele pensaba... sentía.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora